La prontitud ante las decisiones


Llucià Pou Sabaté



Leí hace tiempo de dos amigos pescadores que oyeron que en un lago cercano había aquel día buena pesca. Uno de los dos entró en trepidación: busco información más segura sobre la noticia, después habló con varios pescadores sobre la veracidad de los rumores, procuró sacarles pistas sobre los lugares para pescar mejor, y también procuró conocer los distintos tipos de cebo que irían mejor. El segundo tomó enseguida una caña, iba pillando algunos insectos por el camino para usarlos como cebo, fue corriendo al lago y echó los anzuelos al agua. Cuando el primero llegó al lago, el segundo tenía ya las cestas llenas de peces gordos. A él le picaban mucho menos, y no cogió más que unos cuantos pequeños.

Esta historia nos habla de la prontitud ante las decisiones, hay que tener paciencia cuando “pican”, para no estirar la caña antes de que el pez haya tragado el anzuelo, pues si sólo está picoteando el cebo, no se le coge. Pero esto no significa esperar más de lo debido, pues se pasa el momento, se pierde el tren. Las decisiones, efectivamente, tienen un riesgo, pero esta dinámica ayuda a la innovación y la creatividad. Por otra parte, la decisión ha de ser tomada a conciencia, según el juicio de la razón, y a esto se llama prudencia, que es la "regla recta de la acción", sin la cual no hay virtud alguna. Suele decirse que son tres los actos propios de esta virtud: el consejo (tomar en consideración, con lecturas o preguntando, etc., en definitiva ponderar lo que hay que hacer), el juicio (cuando ya hay elementos para decidir, establecer qué debo hacer) y el imperio (una vez sé lo que debo hacer, pasar efectivamente a hacerlo sin más demora). En definitiva, saber qué hay que hacer aquí y ahora y hacerlo: deliberación y ejecución. Para ello tenemos la riqueza de la memoria del pasado transformada en experiencia (optimizar el pasado), que junto a las experiencias de los demás nos aconseja una determinada manera de juzgar sobre los hechos concretos y las circunstancias para saber qué hay que hacer (diagnóstico del presente), y para ello debo también calcular o mejor prevenir las consecuencias futuras que llegarán con esa acción (previsión, que es pre-visión, ver antes de que pasen las cosas). La prudencia es compatible con el riesgo razonable, es el camino entre los dos extremos: perfeccionismo y precipitación. Pero si evitáramos cualquier riesgo, no caminaríamos jamás, pues para andar hace falta levantar un pie, y sin los dos pies en el suelo podemos caernos. No se me pide la perfección absoluta (que no existe en esta vida), ni ser más ni mejor que los demás, ni estar a la altura de las circunstancias y mantener un nivel que se espera que he de dar, sino dar lo mejor de mí mismo, según el momento presente. No dejar para mañana aquello que ya se puede hacer hoy, de ahí el popular dicho "lo mejor es enemigo de lo bueno", pues "que haya algo que mejorar no quiere decir que se caiga en un extremado perfeccionismo, en ese complejo del 'todo o nada' que renuncia a una solución buena, que sería factible, porque sueña con la solución óptima que es inalcanzable" (L. Riesgo).

Puede haber, por falta de celeridad, una serie de cosas pendientes que se convierten en un lastre que impide avanzar, que agobia y puede ser causa de estrés además de un daño a los que se puede perjudicar con ese retraso. Podría desembocar en un quiste malo, un cáncer, pues aparecen muchos motivos para retrasar las decisiones, y a veces es por falta de atención, por alargar una situación. En los plazos oportunos, lo prudente es tomar una decisión, después de ponderar los pros y contras sin precipitación, sino según los pasos dichos: si el asunto lo requiere, la reflexión se manifiesta primero en pensar y escuchar a todos los que han de intervenir, pero eso sí, sin ser dubitativos ni esperar situaciones óptimas que no hacen más que retrasar las cosas, pues el "Después" y el "Mañana" son los parientes del "Nunca". Como hacía el siervo de Dios Álvaro del Portillo, quien con gran bondad de corazón y (una vez calibrado el qué hacer y el cómo) firmeza en la ejecución, pasaba de la idea (lo que había que hacer) hasta las últimas consecuencias, a su ejecución, sin rodeos ni flaquezas, sin miedo al “qué dirán”.