Generalizaciones frente a concreciones


 

Enviado por Ismael Martínez
Artículo de Juan Manuel de Prada / Suplemento El Semanal / domingo 12 febrero 2012
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Hace un par de semanas, publiqué en ABC un artículo en el que, haciéndome eco del caso de un religioso que participaba en el célebre concurso televisivo Gran Hermano, lanzaba una diatriba contra el virus de la secularización infiltrado en el seno de órdenes y congregaciones religiosas.

Aquel artículo mío provocó muchas reacciones, a favor y en contra, como me ha ocurrido en otras ocasiones; y, como en otras ocasiones, yo habría despachado tales reacciones favorables o adversas a beneficio de inventario si entre las segundas no se hubiese contado una de un tal José María Salaverri, religioso marianista, a quien había leído tiempo atrás unas consideraciones sobre Tintín, el personaje de Hergé, que captaron mi atención. En su respuesta a mi artículo, el padre Salaverri me afeaba que del caso de un religioso extraviado o confundido yo extrajese consecuencias generales que le parecían injustas y que echaban tierra sobre la «mucha santidad escondida y mucha entrega callada» que hay entre los religiosos.

Nada había, desde luego, más lejano en la intención de mi artículo que sepultar el trabajo sin medida de tantas personas admirables; pero toda generalización encierra un abuso, y un diagnóstico como el mío -en el que se hacía un juicio general partiendo de un hecho aislado, sin duda significativo pero en modo alguno representativo de esa multitud de religiosos y religiosas que diariamente son testigos del Evangelio- contenía cierta dosis de deshonestidad intelectual. Los reproches del padre Salaverri me sirvieron para recordar un artículo que yo mismo había escrito en esta revista, apenas un mes antes, glosando aquel pasaje evangélico en el que Jesús exclama: «Yo te alabo, Padre del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y las revelaste a los sencillos».

En aquel artículo, yo había escrito: «¿Qué distingue la mente sencilla de un niño de la mente compleja de un sabio? No, desde luego, su mayor o menor credulidad, sino su repudio de las abstracciones frías, su apego a las cosas concretas y palpables». Para concluir que lo propio de un hombre de fe es repudiar las abstracciones frías, para abrazarse a las cosas concretas y palpables, «tan frágiles y menudas como un niño que manotea en un pesebre». Sin embargo, lo que yo había hecho en mi artículo sobre la vida consagrada era exactamente lo contrario: me había dejado arrastrar por una generalización -una abstracción fría-, en la que seguramente subyaciese un fondo, siquiera parcial, de verdad; pero ese fondo parcial de verdad palidecía al lado de tantos casos «concretos y palpables» de vocaciones religiosas ejemplares. Al generalizar sobre la vida religiosa, partiendo del caso de un religioso extraviado o confundido, me había comportando como uno de esos sabios a los que se refiere Jesús, a quienes se les ocultan las cosas que se les revelan a los sencillos.

En los días sucesivos a la publicación de mi artículo, tuve oportunidad de intercambiar varios emails con el padre Salaverri. En uno de ellos me refería cómo, reunido para rezar con sus hermanos de comunidad, había tratado de encajar mis generalizaciones -«dulcificación de la disciplina, relajación en la observancia de los votos, progresiva mundanización…»- en la realidad concreta y palpable de cada uno de sus hermanos, con resultados negativos, pues sólo veía en ellos a personas obedientes y trabajadoras, que cumplen sus votos con sencillez y dedican la jornada entera a la oración y al servicio a los demás. Y entonces, mientras leía las palabras del padre Salaverri, me pregunté: «¿En qué se quedan mis generalizaciones, comparadas con esos diez hermanos marianistas de la comunidad del padre Salaverri, que cada día se reúnen una hora para rezar ante el Santísimo?». Al enhebrar aquellas generalizaciones, ¿no había actuado como los fariseos del Evangelio, que colaban el mosquito y se tragaban el camello? ¿No había perdido el sentido de la proporción, al poner la lente de aumento sobre las lacras de la vida religiosa, sin considerar los ejemplos de santidad y abnegación secreta que cotidianamente nos ofrece? Y, sobre todo, ¿era mi diatriba el estímulo que la vida religiosa requiere, cuando la mayoría de los que se relajaron y asimilaron al mundo ya han dejado de ser religiosos, y cuando los que perseveran se esfuerzan por rectificar aquel rumbo errado?

De esta experiencia saco una enseñanza: «Cuando critiques y denuncies, que sea a algo o a alguien concreto, con razones y con verdad, sin generalizaciones [Y con caridad, nota de editor]».