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Categoría: FE

San Pablo y el genio femenino (2): Lidia


Remedios Falaguera



“Zarpando, pues, de Troas, vinimos con rumbo directo a Samotracia, y el día siguiente a Neápolis; y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la provincia de Macedonia, y una colonia; y estuvimos en aquella ciudad algunos días. Y un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido. Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Y cuando fue bautizada, y su familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad. Y nos obligó a quedamos". (Hechos 16:11-15)

La primera mujer que aparece en los Hechos de los Apóstoles relacionada con San Pablo es una gentil procedente de la Tiatira del Apocalipsis, comerciante de telas y de púrpura llamada Lidia, la tintorera. A pesar de la buena posición económica y social en la que se encontraba, gracias a su negocio familiar asequible únicamente a ciudadanos de lujo, Lidia no se hizo célebre por esto. Al contrario. Si por algo ha pasado a la historia ha sido por ser la primera cristiana europea, ya que, mientras escuchaba atentamente las palabras del apóstol, el “Señor abrió su corazón”, creyó, se arrepintió de sus pecados y se bautizó, junto a toda su familia, creando así el primer grupo de creyentes-la primera Iglesia- del continente europeo.

Pero no fue solamente su conversión, su fidelidad y su gran afán apostólico lo que la engrandeció. Más bien, suponemos que fue su valentía, su bien ganada autoridad y su generosidad que demostró al abrir las puertas de su casa, como lugar de culto y predicación, mostrando así su enorme agradecimiento por el regalo de la fe: “Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad. Y nos obligó a quedamos”. Es grato observar como la historia de Lidia es un ejemplo vivo de todas aquellas mujeres que han sabido convertir sus hogares en iglesias domesticas, reforzando así el importante papel de la mujer en la evangelización, en el compromiso con las enseñanzas de Jesucristo y en la colaboración sin límites con los apóstoles. Eso si, sin menguar ni un ápice la aportación de su “genio femenino” a la misión salvífica de Jesucristo, imprescindible para la expansión de la Iglesia en Europa.

Nadie dudad de que ser mujer piadosa imprime un carácter especial, un espíritu de comunión con Dios que le lleva no solo a servir, sino a realizar obras buenas por Dios y por la Iglesia con una extraordinaria docilidad. Resta añadir que en aquella época era el único modo en que la mujer podía demostrar su amor y su compromiso con la Palabra de Dios, ya que no estaba autorizada a hablar ni a enseñar.

Este “hacer hacer” o simplemente “hacer para” es una cualidad que no por silenciosa es menos grandiosa ante la mirada atenta de nuestro Señor, puesto que embellece el corazón de aquella mujer que lo realiza. Nuestro servicio es compartir, es amar sabiendo que sólo ama el que sabe que Alguien le ama. “Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad” (1Jn 3,18-19).

Además, hay que señalar la delicia que supone observar como Lidia, superando todos los prejuicios culturales de la época, discriminatorios de la mujer, no dudo en abrir las puertas de su casa a los discípulos del Maestro. Es más, gracias a su gran coraje y osadía, fue la precursora, junto a las Santas Mujeres que supieron estar a los pies de la Cruz con una valentía inigualable por los apóstoles, de la eliminación de la trasnochada discriminación de la mujer en la Iglesia, puesto que “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. (Ga 3, 28).

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