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Categoría: VIDA

Sobre el debate en torno a las células madre


Alain Bandelier
Traducción del original francés: Buenas Ideas
(Disponible en francés)



En el campo de la bioética, ¿la Iglesia debe mantener posiciones tan rígidas, mientras que la ciencia permite tantas nuevas posibilidades?

El debate sobre esta cuestión no es fácil; pero es necesario. La ley abre la puerta cada vez más ampliamente a la explotación científica e incluso farmacéutica de los embriones. En un principio el argumento utilizado era: ¿no es mejor que todos esos embriones congelados (los sobrantes de la fecundación in vitro) sirvan para el progreso de la medicina?

La etapa siguiente es la aceptación de la clonación llamada terapéutica para fabricar de manera más dirigida y precisa esos preciados embriones, y obtener de ellos células madre, de las que se esperan tantos milagros (algo que tiene más de sueño que de programa de investigación, como lo reconoce un informe oficial).

Ciertamente, se condena solemnemente, en paralelo, la clonación llamada reproductiva. La paradoja, nunca señalada, es que esta última, en sí misma, sería menos inmoral que la otra, ya que tendría como objetivo traer al mundo un niño, y no quitarle algunas piezas sueltas y desechar el resto.

Un periódico católico habla de la investigación sobre las células madres embrionarias. El tono es tranquilizador: “La investigación queda muy encuadrada en Francia”. Se cita a un investigador entusiasta: “Es cierto, yo no soy creyente, pero en mi equipo algunos lo son, y estas investigaciones no les chocan, pues saben que pueden aportar mucho”. Claramente: el fin justifica los medios.

Desde el punto de vista moral, ¿se puede medir la regresión que esto representa? Desde hace tiempo, en efecto, el hombre ha comprendido que las buenas intenciones no llevan siempre a buenas acciones: robar a los ricos para ayudar a los pobres no es la vía real de la justicia; torturar a unos prisioneros para obtener informaciones vitales arruina la causa misma que se pretende defender.

En Evangelium vitae (1), Juan Pablo II recordó claramente la frontera entre lo que es humano y lo que es inhumano. “Si son lícitas las intervenciones sobre el embrión humano siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual , se debe afirmar, sin embargo, que el uso de embriones o fetos humanos como objeto de experimentación constituye un delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona. La misma condena moral concierne también al procedimiento que utiliza los embriones y fetos humanos todavía vivos —a veces « producidos » expresamente para este fin mediante la fecundación in vitro— sea como « material biológico » para ser utilizado, sea como abastecedores de órganos o tejidos para trasplantar en el tratamiento de algunas enfermedades. En verdad, la eliminación de criaturas humanas inocentes, aun cuando beneficie a otras, constituye un acto absolutamente inaceptable”.

Es preciso realizar un discernimiento análogo a propósito de las técnicas de diagnóstico prenatal. “Sucede no pocas veces que estas técnicas se ponen al servicio de una mentalidad eugenésica, que acepta el aborto selectivo para impedir el nacimiento de niños afectados por varios tipos de anomalías. Semejante mentalidad es ignominiosa y totalmente reprobable, porque pretende medir el valor de una vida humana siguiendo sólo parámetros de « normalidad » y de bienestar físico, abriendo así el camino a la legitimación incluso del infanticidio y de la eutanasia”.

Para un hombre recto, con mayor razón para un discípulo de Cristo, el amor y la vida son inseparables. Es la cultura de la muerte, que nos hace creer que se puede interrumpir por amor la vida que comienza o que se acaba. Amemos la vida, para que el amor no muera.

(1) Encíclica El Evangelio de la vida, n. 63.

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