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l domingo es la fiesta cristiana por excelencia.
Desde los tiempos de los Apóstoles hasta nuestros días, los cristianos hemos
dedicado este día a dar culto a Dios
mediante la participación en la Santa Misa.
Sin embargo en ocasiones se nos presentan dificultades –personales,
motivadas por el ambiente, etc.- que nos
impiden continuar con esta tradición. Es más, puede darse que la Santa Misa,
que es lo más grande que puede tener
lugar en un día, nos resulte una obligación costosa, aburrida, que no nos
dice nada. Si sucede esto quizás sea porque no sabemos qué es la Santa Misa,
qué ocurre cada vez que un sacerdote celebra la Eucaristía.
En este folleto*
ofrecemos: algunas ideas básicas de la
doctrina católica que ponen de relieve la importancia capital de la Misa; y
unos puntos para la reflexión personal que ayuden y estimulen a participar con
piedad en la Misa de cada domingo, sin dejarla nunca.
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asistir al Santo Sacrificio de la Misa cumplimos el precepto natural (que tiene
todo hombre, cristiano o no) de dar culto a Dios. Para un cristiano, este
precepto natural está explícitamente señalado por Dios en el tercer mandamiento
del Decálogo: “Santificarás las fiestas”
(Cfr. Deuteronomio
V, 12).
La obligatoriedad y gravedad del
mandamiento tiene su origen en el mismo Dios que, cuando creó el mundo en seis
días, descansó el séptimo día y lo santificó (cfr. Génesis II, 2-3). No ha sido, pues la
Iglesia quien nos ha impuesto la obligación de dar culto a Dios. Lo único que
hace es concretar para todos los católicos de qué modo y cuándo hemos de darle
culto. Para ello promulga unas leyes apoyándose en serias y rigurosas razones
que, en el caso de la asistencia a la Misa dominical, son las que brevemente
veremos a continuación.
¿Por qué la Misa?
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uchos
son los que estarían dispuestos a cambiar la asistencia al Sacrificio del altar
por otra obra piadosa que ellos “sintiesen” más. ¿Por qué –se preguntan- hemos
de dar culto a Dios a través de la asistencia a la Misa? La respuesta es doble:
a) La Santa Misa
es la renovación incruenta (sin derramamiento de sangre) del Sacrificio de
Jesucristo en el Calvario. Por tanto, supera con creces cualquier obra buena que
nosotros podamos hacer aun en el caso de que esa obra la hagamos poniendo un
gran sentimiento, o represente mucho para nosotros. Una sola Misa vale mucho
más –da más gloria a Dios- que todas las oraciones juntas de todos los santos
de la historia incluida la Virgen. La razón es que la Sagrada Eucaristía es una
acción de Jesucristo y, como Jesucristo es Dios, es una acción divina.
b) Además, cuando Jesucristo instituyó la
Eucaristía en la Ultima Cena con sus apóstoles, les dice, mandándoles: “Haced esto en memoria mía” (Lucas XXII, 19)
¿Por qué el domingo?
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razones de por qué es el domingo el día que tenemos obligación de asistir a la
misa pueden resumirse en estas dos:
a)
El séptimo día de la semana Dios descansó y lo santificó (cfr.
Génesis, II, 2-3). Descanso en el
trabajo y culto a Dios son dos actividades que siempre se han dado juntas.
Quedarse con el descanso-diversión del domingo olvidando por completo el
descanso-culto a Dios es quitar algo que Dios ha puesto en la vida de los
hombres desde la Creación.
b) Jesucristo resucitó “el primer día de la
semana”, es decir, el domingo. El origen
del domingo cristiano (dies Domini= día del Señor) está en la
Resurrección del Señor, hecho histórico del que se parte y alrededor del cual gira
toda la vida cristiana desde los primeros momentos.
La Santa Misa es el centro de la vida
cristiana
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Concilio Vaticano II nos enseña que la Santa Misa debe ser el centro y la raíz de
la vida cristiana. Efectivamente, cuando tenemos una necesidad urgente pedimos
al sacerdote que rece en la Misa; cuando queremos dar gracias a Dios por algo
que nos ha salido bien, asistimos a ella porque nos consideramos en deuda con
El; cuando fallece un familiar, nuestra piedad nos impulsa a “encargar” una
Misa al sacerdote.
La Santa Misa es mucho más que una
obligación. Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿por qué, entonces, la
asistencia a Misa obliga bajo pena de pecado grave? En un principio no hacía
falta esta obligación, ya que todos los cristianos acudían conscientes de
importancia. Pero sucede que los hombres nos acostumbramos a las cosas buenas y
con frecuencia caemos en la rutina, en la dejadez y el olvido. Por eso la
Iglesia, para ayudarnos a superar esas naturales inclinaciones nos puso este
mandamiento: Oír misa entera los domingos y fiestas de precepto.
“El primer
mandamiento (oír misa entera los domingos y fiestas de precepto) exige a los
fieles participar en la celebración eucarística, en la que se reúne la
comunidad cristiana, el día en que conmemora la Resurrección del Señor, y en
aquellas principales fiestas litúrgicas que conmemoran los misterios del Señor,
la Virgen María y los santos” (Catecismo
de la Iglesia Católica, nº 2042). Esta asistencia tiene lugar el domingo y
el día festivo, o la víspera por la tarde, normalmente en la parroquia.
La asistencia a Misa constituye obligación
grave
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Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “la Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica
cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los
días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por
ejemplo, enfermedad, cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor
propio. Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado
grave” (nº 2181).
El Papa Juan Pablo II nos decía en una ocasión: “La Misa festiva es la base de todo, y debo
pediros que no la omitáis, que seáis asiduos a ella, que, cada domingo y cada
fiesta, os sintáis invitados por el Señor para encontrarlo juntos, en torno a
la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo” (Homilía, 10-III-1985).
Puntos de reflexión
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os siguientes puntos pueden
servir como estímulo para no faltar nunca a la Misa dominical y festiva. Un
consejo: cuando veas que te cuesta asistir a la Eucaristía, lee despacio estos puntos, procurando
meditar su significado.
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En la Santa
Misa Jesucristo se ofrece por mí.
Estar presente en ese momento es una manifestación de agradecimiento a Dios.
Los cristianos no vamos a Misa porque tengamos ganas, porque nos divierta o nos
guste, sino para devolver algo de agradecimiento a Jesús por el inmenso amor
que nos mostró muriendo para salvarnos.
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Cuando asisto
a la Misa -y procuro participar en ella- no
he de olvidar lo que gano –o lo
que me pierdo cuando falto-, entre otras cosas: la gracia (la fuerza espiritual) que Dios me concede; la
oportunidad de recibir el Cuerpo de
Cristo (siempre y cuando no esté en pecado mortal); la formación que recibo, al oír la Palabra de Dios y su explicación en
la homilía.
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Tengo claro el
mandamiento de “Amarás a Dios sobre
todas las cosas”. Pero, cuando no cumplo el precepto dominical, ¿no será
que amo, que tengo más cariño a otras cosas (deporte, diversión, una moto, un
perro,... o lo que pueda ponerse en lugar de Dios) que a Dios mismo?
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“En la Misa no
se está; se participa. La misa no es de otros; es mía. La misa no es algo más;
es el centro. En la misa no todo es visible; hay muchas cosas que no se ven. La
misa no es un capricho; es una necesidad. La misa no es un aburrimiento; es
apasionante. La misa exige interioridad” (J.
P. Manglano, La Misa. Antes y
después).
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Si no
encuentro muchos motivos para asistir a Misa, posiblemente será porque todavía
no conozco bien qué sucede cada vez que un sacerdote celebra la Eucaristía. Procuraré enterarme bien de qué es la Misa.
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“Es tanto el
Amor de Dios por sus criaturas, y habría de ser tanta nuestra correspondencia
que, al decir la Santa Misa, deberían pararse los relojes” (San Josemaría Escrivá, Forja, n. 436).
Fernando
Arévalo
Diciembre
2004
(*) Adaptación del folleto, Ignasi Sala, ¿Por qué ir a Misa el domingo?, del que hemos tomado algunas ideas y textos.