Cerebro enamorado, corazón inteligente
Natalia López Moratalla
Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular
Enrique Sueiro
Doctor en Comunicación Biomédica
Universidad de Navarra
unav.es.
¿De qué nos sirve saber todo sobre el amor si no estamos enamorados? Algo así debió de plantearse Henri Nouwen cuando relata su propia experiencia al dejar la docencia en Harvard. Cambió su actitud, “de espectador a participante”, “de profesor de cómo se ama a persona que se deja amar”.
¿Qué evidencias muestra la ciencia sobre el enamoramiento? Hablamos de una realidad mucho más rica y personal que lo que apenas puede esbozarse en estas líneas. Por apuntar algunas pinceladas, las neurociencias revelan hoy qué cambios experimenta el cerebro ante este fenómeno entrañablemente humano.
Junto al amor romántico o enamoramiento, el maternal se ha celebrado en todas las épocas y latitudes. También en las diferentes expresiones del arte, la literatura, la música… como una de las más bellas e inspiradas manifestaciones de la humanidad.
Estos amores tienen un fuerte contenido emocional, anclado al cuerpo. Son como tendencias naturales que constituyen las más potentes motivaciones de acción humana. ¡Qué no hace una persona enamorada por su amante o una madre por su hijo! Las neurociencias han aprovechado ese componente emocional para conocer cómo procesa el cerebro ese fuerte vínculo de apego.
Ver el rostro de la persona amada inyecta una energía al amante que impide olvidarla. Precisamente, esa emoción placentera que subyace al sentimiento amoroso al ver la cara, observable con técnicas de imagen funcional del cerebro, ha permitido al neurobiólogo británico Semir Zeki conocer qué tienen en común los dos amores (The neural correlates of maternal and romantic love).
Amor y ciencia
No es frecuente leer esto en artículos científicos: “El amor romántico es una poderosa experiencia humana que influye con fuerza en muchos aspectos de nuestras vidas”. Así arranca la introducción del artículo recién publicado por un equipo chino-estadounidense en Human Brain Mapping. El estudio se centra en la activación cerebral y su relación con la satisfacción en los primeros estadíos de enamoramiento en 18 participantes chinos al ver el rostro de la persona amada.
Tal afecto se enraíza en el cerebro con una estrategia universal, permanente y genuinamente humana. La respuesta a la visión de “su” cara libera oxitocina, la hormona llamada de la confianza, el acercamiento, la ternura. Esta hormona activa la dopamina –denominada de la felicidad–, que participa en la generación de un estado placentero.
La visión del rostro crea pistas neuroquímicas en el cerebro que refuerzan los circuitos correspondientes y generan ese vínculo, afectivo y cognitivo a la vez. Se activan las áreas de la corteza que forman parte del conocido como cerebro social, el que procesa las relaciones interpersonales. En ese momento se produce un efecto sorprendente: se silencian las áreas que procesan lo negativo.
Se observa así en la neuroimagen lo que la sabiduría popular resume diciendo que el amor romántico es ciego y que las madres son siempre partidarias de sus hijos. Por supuesto, los padres también, pero ellas lo viven de forma muy particular en una especie de diálogo molecular y emocional, tal y como describimos en La comunicación materno-filial en el embarazo: el vínculo de apego (EUNSA, 2ª edición 2011).
En el amor, como en el humor, hombres y mujeres seguimos estrategias cerebrales diferentes. Sobre la base de una indiscutible igualdad, partimos del mismo punto y, siguiendo procesos distintos, llegamos a un destino común. De ahí que cada uno con su estilo personal, sienta y, según su sensibilidad, exprese de alguna forma: me gusta quién soy cuando estoy contigo.
Quizá por eso El principito nos enseña que las cosas importantes sólo se ven con los ojos del corazón. ¡Qué palabra! Por idéntico motivo es posible que la auténtica escucha requiera también del corazón. Reglas lingüísticas al margen, podemos contemplar ese vocablo como expresión de una realidad colaborativa de la inteligencia: co-razón.
A lo largo de este proceso conviven la inteligencia cognitiva y la emocional. En este sentido, el verbo recordar (del latín cor-cordis) podría traducirse libremente como volver a pasar por el corazón. Como el profesor de Harvard, supone un gran descubrimiento personal evolucionar de querer saber a saber querer.