Cuando alguien nos valora y nos estimula, con sinceridad y amor, obramos cambios impensados
Llucià Pou Sabaté
Cuenta una historia de dos amigos marineros que viajaban en un buque carguero por todo el mundo, un día llegan a una isla perdida en el Pacífico, desembarcan y se cruzan con una mujer que está arrodillada en un pequeño río lavando ropa. Uno de los dos se enamora al verla y comienza a hablarle y preguntarle sobre su vida y sus costumbres. Como tiene intención de casarse con ella, va a hablar luego con su padre, que es el jefe del pueblo. El amigo le dice que si se ha vuelto loco, pero le acompaña… El jefe de la tribu lo escucha y le dice que en esa aldea la costumbre era pagar una dote por la mujer que se elegía para casarse. Le explica que tiene varias hijas, y que el valor de la dote varía según las bondades de cada una de ellas, por las más hermosas y más jóvenes se debía pagar 9 vacas, las había no tan hermosas y jóvenes, pero que eran excelentes cuidando los niños, que costaban 8 vacas, y así disminuía el valor de la dote al tener menos virtudes.
El marino le explica que entre las mujeres de la tribu había elegido a una que vio lavando ropa en un arroyo, y el jefe le dice que esa mujer, por no ser tan agraciada, le podría costar 3 vacas. “Está bien” respondió el hombre, “me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve vacas”. El padre de la mujer, al escucharlo, le dijo: “Ud. no entiende. La mujer que eligió cuesta tres vacas, mis otras hijas, más jóvenes, cuestan nueve vacas”. “Entiendo muy bien”, respondió nuevamente el hombre, “me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve vacas”. El padre, pensando que siempre aparece un loco, aceptó y de inmediato comenzaron los preparativos para la boda. El amigo fue testigo de la boda y a la mañana siguiente partió en el barco, dejando en esa isla a su amigo de toda la vida. Un día, el itinerario de un viaje lo llevó al mismo puerto donde años atrás se había despedido de su amigo. Estaba ansioso por saber de él, por verlo, abrazarlo, conversar y saber de su vida. Así es que, en cuanto el barco amarró, saltó al muelle y comenzó a caminar apurado hacia el pueblo. “¿Dónde estaría su amigo?, ¿seguiría en la isla?, ¿Se habría acostumbrado a esa vida o tal vez se habría ido en otro barco?”
De camino al pueblo, se cruzó con un grupo de gente que venía caminando por la playa, en un espectáculo magnífico. Entre todos, llevaban en alto y sentada en una silla a una mujer bellísima. Todos cantaban hermosas canciones y obsequiaban flores a la mujer y esta los retribuía con pétalos y guirnaldas. El marinero se quedó quieto, parado en el camino hasta que el cortejo se perdió de su vista. Luego, retomó su senda en busca de su amigo. Al poco tiempo, lo encontró. Se saludaron y abrazaron como lo hacen dos buenos amigos que no se ven durante mucho tiempo. El marinero no paraba de preguntar: “¿Y cómo te fue?, ¿Te acostumbraste a vivir aquí?, ¿Te gusta esta vida?, ¿No quieres volver?” Finalmente se anima a preguntarle: “¿Y como está tu esposa?” Al escuchar esa pregunta, su amigo le respondió: “Muy bien, espléndida. Es más, creo que la viste llevada en andas por un grupo de gente en la playa que festejaba su cumpleaños”. El marinero, al escuchar esto y recordando a la mujer insulsa que años atrás encontraron lavando ropa, preguntó: “¿Entonces, te separaste? No es misma mujer que yo conocí, ¿no es cierto?”. “Si” dijo su amigo, “es la misma mujer que encontramos lavando ropa hace años atrás”. “-Pero, es muchísimo más hermosa, femenina y agradable, ¿cómo puede ser?”, preguntó el marinero. “-Muy sencillo” respondió su amigo. “Me pidieron de dote 3 vacas por ella, y ella creía que valía 3 vacas. Pero yo pagué por ella 9 vacas, la traté y consideré siempre como una mujer de 9 vacas. La amé como a una mujer de 9 vacas. Y ella se transformó en una mujer de 9 vacas”.
Cuando alguien nos valora y nos estimula, con sinceridad y amor, obramos cambios impensados... Aquella persona que parecía podía dar 5, ahora da 20 porque ha crecido en su confianza. Dar confianza a la gente es lo mejor para todos, pues respondemos mejor a la confianza que a las imposiciones y al control. Si nos encargan cosas cuando aún no sabemos bien como hacerlas, aprendemos. El lema “la confianza está basada en el control” es muy pobre: si tratas a uno como un delincuente, puede ser que se convierta en delincuente, si lo tratas como un santo se volverá santo más fácilmente. Una persona da más cuando se la valora como lo que es, obra maestra de Dios; se precisa una trasformación del corazón, y para ello el mejor camino es la contemplación: ver cómo Cristo la piensa y la quiere. Esta es la mejor autoestima, saber que Dios hace las cosas muy bien, nos ha hecho en vistas a su hijo, y “las obras de Dios son perfectas”. Querer a cada uno como es significa también esto: querer a los demás como este proyecto que es obra del amor divino.