Sobre la película "Persépolis"
José Luis Mota
Persépolis, premio del Jurado para las películas de animación en el Festival de Cannes, fue inicialmente un cómic de la dibujante iraní Marjane Satrapi, en el que narra su infancia en Teherán, los inicios de la revolución y los cambios producidos en una sociedad, en la que cada vez se encontraba más incómoda, hasta que decidió exiliarse. La película se ha exhibido, con gran éxito, en casi todo el mundo, incluso en Irán, donde, naturalmente, la han tildado como antiislamista. Ahora la tensión se produce en el Líbano, donde las autoridades han vetado su difusión para no irritar al integrismo -se entiende del movimiento chií de Hizbolá, el partido de Dios, apoyado desde Irán. Ha habido protestas de personas destacadas que no están de acuerdo con la medida. porque la película no infringe ninguna ley; por eso no justifican este veto.
Siempre que se da una situación en la que el Estado o los gobernantes se arrogan algún derecho a impedir la exhibición de una obra artística como es el caso de Persépolis -ahora descrito-, es irremediable calificar esa acción de censura. Lo que provoca que se inicie el debate entre la libertad de expresión del artista y el poder del Estado para impedir que los ciudadanos puedan conocer o disfrutar de sus obras. El Estado ha de administrar y velar por el bien común, y parte de ese bien común es el orden público. Por tanto, se podría decir que lo único que justifica que el Estado impida alguna manifestación social, artística, cultural o religiosa, es que tenga motivos graves razonables para prever o suponer que esa demostración va a alterar el orden público, o hará un daño moral grave. La novela Werther de Goethe, fue prohibida, acusada de que incitaba al suicidio a los jóvenes. Como en la duda hay que estar por la libertad, siempre se considera más valiente y acertado respetar la libertad de expresión y después exigir responsabilidades y, si es necesario, juzgar aquel hecho de acuerdo con las leyes ordinarias. Como pasó con los desafortunados dibujos caricaturescos de los Príncipes de España. De otra manera, hay el peligro, como ocurre en los países totalitarios, de que el Estado aherroje a la opinión pública y a los críticos para que no puedan hablar contra el sistema o los gobernantes.
Una fórmula intermedia para salvaguardar del posible daño que las creaciones artísticas puedan hacer en la población es valorarlas de alguna manera: como se hace con la calificación por edades de las películas; o con los horarios de TV que se regulan para los niños. Porque entonces, ya cada uno, o sus padres, deciden lo que le es conveniente o no. Y un papel importante pueden tener los críticos de arte (también los de literatura); aunque con reservas —porque algunas veces suspenden con sus puntos de vista una verdadera obra de arte; y otras veces ensalzan, apoyados en sus gustos, alguna obra que, el paso del tiempo demuestra, es de muy poco valor.