Criterios educativos al comienzo de un año escolar


Mª Helena Vales-Villamarín Navarro
Orientadora



Se acerca el inicio del nuevo curso escolar y, como docente, comienzo a calentar motores pensando en el año de “las novedades”: Aplicación de la LOE, inicio de la asignatura Educación para la Ciudadanía,…

Uno de los puntos de las finalidades de la nueva Ley de Educación que como orientadora y docente me ha hecho pensar más es el siguiente:

“Insistir como una de las finalidades de la educación en la responsabilidad individual y en el mérito y esfuerzo personal”.

Me intranquilizó leerlo de nuevo, otra teoría que ahora aparece en la LOE y que también aparecía en la LOGSE pero en ninguna de las dos se daban los medios para potenciar el esfuerzo.

Es uno de los puntos más fracturados con la aplicación de la anterior reforma, la LOGSE, el esfuerzo ha desaparecido, como consecuencia del famoso “modelo comprensivo”:

• Se han desdibujado las diferencias entre el saber y no saber.
• Se ha desdibujado la importancia del esfuerzo.
• Desaparece la importancia del carácter objetivo y acumulativo de los conocimientos.
• Se combate el uniformismo con un magma de opcionalidad.
• Se desdibujan las diferencias entre el papel del profesor y el papel del alumno.

No es cuestión de leyes teóricas

En la LOE aparecen objetivos teóricos pero sería el “logro del milenio” que con teorías simplemente escritas en una ley se consiguiera mejores ciudadanos, mejores resultados, individuos responsables que reconozcan en el esfuerzo el éxito futuro.

Los frutos en la educación llegan después de un buen cuidado, como la labor del campo y la LOGSE se encargó de minar progresivamente la formación intelectual y cultural de nuestros jóvenes.

Nuestros bachilleres están a la cola de los rankings internacionales en disciplinas tan básicas como las matemáticas o el dominio de la lengua. Su nivel de conocimientos desciende de curso en curso y su madurez intelectual deja mucho que desear.

El predominio de conocimientos instrumentales y pragmáticos, un horizonte de carácter local y regional unido a la reciente incorporación de la Educación para Ciudadanía confirma esta tendencia en la nueva ley y le confiere un sesgo ideológico sumamente inquietante.

Nuestros alumnos se mueven en una sociedad repleta de reclamos hedonistas, donde el esfuerzo es rechazado y donde prima el “principio del placer”.Viven sumergidos en el consumismo, en el disfrute inmediato de satisfacciones sensibles, en una cultura del ocio que tiene un carácter disolvente.

A los docentes se nos pide preparar a jóvenes competitivos para que se abran camino en un mercado cada vez más exigente pero sin “herir su sensibilidad” cuestionando las calificaciones numéricas, se problematizan los exámenes, se culpabiliza a los docentes de los traumas de los alumnos.

Conocemos las cifras del abandono escolar y la solución dada con la LOE es que se pueda pasar curso en el bachillerato con la mitad de las asignaturas pendientes. Si no se potencia el esfuerzo no será posible que el estudiante que sólo ha logrado sacar adelante medio curso consiga el año siguiente el año siguiente superar casi curso y medio.

Sabemos igualmente que existe mobbing y violencia escolar, el permisivismo gana cada día nuevos objetivos y casi nadie se arriesga a denunciarlo porque llamar a las cosas por su nombre equivale a perder popularidad.

Una persona educada es fruto de un esforzado trabajo

La educación es el fruto de un largo trabajo esforzado, no es cuestión de plasmar las “finalidades” de una ley por escrito deseando valorar el esfuerzo.

Una persona educada es el fruto de un esforzado trabajo por parte del propio estudiante, de las familias, de los centros de enseñanza, de los profesores. Es algo demasiado serio para dejarlo en manos de cualquier Administración, del nivel o del color político que sea.

El fruto del esfuerzo ante el trabajo, el trabajo bien hecho, produce un gozo incomparable con cualquier posesión material o con cualquier placer corporal de tipo hedonista.

Si se promete el placer a bajo precio, “aprender inglés en una semana y sin esfuerzo”, se está proporcionando otra cosa distinta del rendimiento educativo y, a la postre, se está engañando.

Un profesor no debe prestarse a tal farsa ni se le debe obligar a que la secunde.Es preciso que se establezca una cultura de centro que delimite un buen concepto de disciplina y el cultivo de un ambiente de estímulo y esfuerzo con realidades, pensando en cómo potenciar estos valores en los alumnos tan vitales para su vida.

La educación es la primera responsabilidad social de los ciudadanos

En la educación nos jugamos la continuidad de la sociedad misma, debemos tomárnosla más en serio.La educación no es aquella que se imparte con más medios y produce jóvenes más competitivos, es aquella en la que se hace diana: formar personas.

La educación es una actividad que se retroalimenta, tanto negativa como positivamente. La mala educación genera mala educación, y la buena educación genera buena educación. La gran cuestión que nos planteamos los docentes es cómo corregir un planteamiento educativo que está mal encaminado.

No podemos apelar a soluciones técnicas, se trata de comenzar desde la base, desde la familia, desde los centros educativos y desde los propios estudiantes, todos ellos deben tomar ahora la palabra y procurar no la eficacia, lo importante no es lo que se logra externamente, sino el mejoramiento de quien lo consigue.

Potenciar el esfuerzo, el trabajo bien hecho, el estudio profundo, el gusto por el saber, la búsqueda de la verdad y no caer en una pseudoeducación de raíz ideológica. Sacar, en definitiva lo mejor de uno mismo y esto no se consigue fácilmente, implica una gran exigencia y disciplina.

No soy partidaria de lo que propugnan estas nuevas leyes educativas que pasan del “atender a todos por igual” al “que todos queden igualmente desentendidos”.

Es hora de “calentar motores” desde tres frentes:

• Los docentes: Repensando nuestra verdadera tarea educativa como formadores.
• Las familias: La educación es responsabilidad prioritaria de las familias.
• Los alumnos: El protagonismo corre enteramente por parte del educando, en el que no se pretende influir, sino dejarle ser, para que saque lo mejor de sí mismo.

Si las estructuras educativas no acompañan en esta importante tarea no podemos dejar la educación de los más jóvenes en manos del azar o la suerte. Los padres, los profesores, los alumnos conseguirán el éxito en la educación si lo “trabajan”, todos los días, desde el principio.

A quienes atribuían a la “buena suerte” el éxito del médico, escritor y catedrático Gregorio Marañón solía contestarles: “La suerte la debo yo a levantarme todos los días a las cinco de la mañana para comenzar mi trabajo. Entonces estudio el caso del enfermo que después he de ver en el hospital y adquiero renombre como médico; preparo la clase que tengo que dar en la facultad y quedo bien como profesor; corrijo el libro que debo entregar a la editorial y me prestigio ante los lectores … Pero no es suerte, sino el resultado de mi esfuerzo”.