Virtudes que favorecen una buena relación
José Luis Mota
Se le veía preocupado y le dije: «Venancio, algo te pasa». «Para qué te lo voy a negar, Magda me ha dicho que vamos a dejarlo, y estoy hecho papilla: no sé que hacer». Tras una pausa, por si quería añadir algo; intuí que, en ese momento, lo que necesitaba era que alguien le dijese por donde podía tirar, que sería lo mejor para él. A la pregunta de si le seguía interesando Magda, la respuesta fue pronta y contundente: «Pues claro que sí!». «Entonces, a mi entender, puedes hacer un nuevo intento de volverla a conquistar; pero, antes has de pensar en qué puedes haberle fallado; por si esa es la causa de su actual rechazo. Y, por otro lado, no hagas caso a los consejos tontos que alguno te dará de que le des celos saliendo con otra».
Esas estrategias amorosas, propias de comedias de enredo, no parece que sirvan para fortalecer una relación de cara al futuro. Una vez vistos los defectos que se tienen: ¿vanidoso, egoísta, dominante, celoso, frívolo porque tontea con otras...?, hay que volver a intentar acercarse a ella, en el momento en el que se vea que sus disposiciones lo hacen oportuno; y con sencillez hablarle de sus verdaderas intenciones de mejorar en aquello que le había podido herir o molestar.
Las relaciones afectivas que se refieren al noviazgo, como el caso que se acaba de describir, como al matrimonio o a la amistad, para que permanezcan y se acrecienten deben estar fundamentadas en la sinceridad: decir lo que se piensa, pero sin herir; también es necesario ser sencillo, hablar y actuar sin darle muchas vueltas a las cosas.
La naturalidad trata de: evitar las apariencias, querer aparecer como más de lo que uno es; eludir la afectación, no hablar con aires de superioridad; es decir, ser humilde. Y una persona humilde, que no pretende ser o sentirse mejor o por encima de los demás, siempre es bien acogida. Lo contrario, ser vanidoso (presumir de lo que se tiene), orgulloso (despreciar a los demás) o soberbio (creerse mejor que nadie) produce, de inmediato, rechazo.
La elegancia, por ejemplo, que tiene que ver con la naturalidad, es saberse comportar y vestirse adecuadamente para cada situación y cada momento. Pero, al igual que no es fácil convertirse en elegante cuando se es un desastrado, lo mismo pasa con la sencillez: no es fácil llegar a ser natural cuando uno descubre que actúa en bastantes ocasiones con falta de naturalidad.
Hay hábitos que conforman la personalidad que son fáciles conseguir o mejorar, como, por ejemplo la laboriosidad, la puntualidad, el orden... Pero hay otros que exigen un mayor esfuerzo, porque en cierta manera son innatos o deben haber sido aprendidos desde pequeños; eso le pasa a la sencillez y la naturalidad; pero el esfuerzo que hay que hacer para logarlas se verá compensado por la alegría de haberlas conseguido y de hacer más felices a los que nos rodean porque nos llevan a romper barreras.