Compartir la misma historia, los mismos dolores



Enviado por Ismael Martínez
Entrevista de José María Navalpotro a Roland Joffé,
director de "La Misión" y "There be dragons" (encontrarás dragones)
En Revista Mundo Cristiano, www.edicionespalabra.es / N. 604 Marzo de 2011



El 25 de marzo se estrena en España “Encontrarás dragones”, producida por Mount Santa Fe, precedida de una expectación de meses. Una película donde uno de los protagonistas principales es San Josemaría Escrivá. Una película donde el director, el británico Roland Joffé, parece volver por sus fueros de cine que deja huella. Joffé, quien sorprendiese a críticos y espectadores con sus dos primeras películas (“La misión” y “Los gritos del silencio”), en un caso insólito de director que consigue nominaciones al Oscar –y cuatro estatuillas– en sus dos primeros trabajos. Ahora vuelve con una historia en la que se ha implicado personalmente, pues además de dirigirla, la produce y ha firmado el guión. Rodeado de un elenco de actores internacionales y españoles de renombre y de un equipo técnico donde se cuentan varios candidatos al Oscar, Joffé aborda una historia de odio, y perdón, una historia de santidad ambientada en la guerra civil españolaLa película incluye una atractiva trama romántica, y no faltan las escenas de acción. Pero eso es un envoltorio atractivo para las poderosas ideas de fondo que presenta: el perdón y la reconciliación, el concepto de paternidad, la esencia de la santidad. Resulta evidente que Roland Joffé se ha implicado. Y no deja de ser paradójico que un inglés haya sabido captar la necesaria idea de reconciliación en España; y que un judío agnóstico, como se define, haya conseguido profundizar y expresar el amor de Dios y aspectos básicos del fundador del Opus Dei. La conversación con Joffé no es en modo alguno un tránsito por lugares comunes o eslóganes comerciales. A su paso por Madrid, hace un alto en su rodaje en la India de su última película, “Singularity”.

¿Por qué el título de “Encontrarás dragones”?

Alude a la leyenda que se ponía en los antiguos mapas medievales en las zonas desconocidas: “Hic sunt Dragones” ("Aquí .habitan dragones"). Parecía un título muy apropiado porque, cuando comencé el proyecto, me di cuenta de que me salía un poco del mapa hacia un territorio inexplorado: los temas de la santidad, y el pasado de otro país. La frase también sirve como una metáfora para un tema que recorre toda la película: la necesidad de enfrentarse a los desafíos fundamentales en la vida: la experiencia del odio y del rechazo, o el deseo de venganza y de justicia. Los dragones, en definitiva, son todo aquello que nos hace sufrir en nuestra vida, son invitaciones –o tentaciones— para actuar. Lo importante es saber cómo los encaramos.

¿Por qué elige a san Josemaría, un sacerdote católico, para mostrar la idea de que amor puede cambiar el mundo?

Interesante cuestión. Cabe preguntarse qué otra forma cabría de hacerlo, porque el mensaje de la película es típicamente cristiano. El mensaje cristiano más poderoso es el que habla no del poder, sino del poder del amor. El mensaje de Cristo es de amor y redención. Mi naturaleza agnóstica me dice que el amor es un punto álgido de la evolución, de modo que me cuesta ser crítico hacia una creencia religiosa que se basa en el amor. Es un mensaje que yo, que soy agnóstico científico, hallaría siempre excelente, extraordinario. Además, creo que hay algo muy especial en la época que le tocó vivir a Josemaría. Cuando estuve pensando en lo que verdaderamente implica la santidad, me di cuenta de que a cada santo se le ha presentado una temática distinta, propia. Y esa pregunta se ve condicionada por el marco histórico en el que le ha tocado vivir.

Y, según Vd., ¿en qué mundo le tocó vivir?

La cuestión tiene una doble importancia porque san Josemaría siempre decía que a Dios se le encuentra igualmente fuera de la iglesia, en las cosas que hacemos día a día. Las tensiones de España en aquellos momentos derivaban casi todas de la revolución industrial. La industrialización produce un cambio de paradigma en las relaciones sociales. Comienza la producción industrial, la producción en cadena de maquinaria y de otros productos. Pero se nos olvida un elemento muy importante de esa industrialización: la masificación de la forma de pensar. En el siglo XX, no sólo se producen en masa los coches, sino también el pensamiento político, tanto por parte de la izquierda como de la derecha. Se estampan, se forman, se troquelan, se sellan seres humanos, a quienes se les dice qué deben pensar, en función de su ideología. Quien no acata una determinada forma de pensar no se le considera buen miembro de un partido. Así funcionaban izquierda y derecha. Incluso, muchas veces, apropiándose de simbologías y figuras religiosas para expresarse.

¿Y qué ve Vd. que hace san Josemaría?

Como joven, con veintitantos años, lleva la contraria a este mensaje tan inhumano, tan despersonalizado. En ese momento de amenaza, se atreve a decir a los jóvenes que le seguían que, ante Dios, nunca pueden olvidar que la humanidad es lo que caracteriza a sus vecinos, aunque sus semejantes estén equivocados. La postura de quien razona: “Como piensa distinto, es inferior a mí, no tiene derechos” no se corresponde con un buen cristiano, dice Josemaría. No podemos abandonar el amor que merece cualquier otro ser humano sólo porque no esté de acuerdo con nosotros en su forma de pensar en la política. Esto, para un joven de los años treinta, con lo que estaban viviendo, es muy fuerte. Eso se convierte en el núcleo de santificación en torno al cual Josemaría se forma como persona.

Pero su historia no se centra sólo en el santo.

Efectivamente. Hay otro aspecto que también me llamó la atención. Me parece que convertir a un santo en el foco principal de una historia era traicionar la misma idea de santidad, porque todo santo es cercano a otros. Es cierto que algunos se han enclaustrado o se han retirado de la vida mundana. Pero Josemaría, como otros, se dedicó a servir a los que le rodearon en vida. Luego centrar toda la historia exclusivamente en él habría sido traicionarle antes de empezar. Por eso quise preguntarme qué hacía él en esa sociedad. Y de ahí nace otra pregunta. Este hombre dice que Dios está presente en la vida cotidiana. Pero esa vida cotidiana donde se desarrolla es en medio de la guerra civil, sobre la cuál Dios parece no decirle gran cosa... Es un tema muy fascinante, que lleva a dos cuestiones: el problema del mal y el llamado silencio de Dios.

¿Cómo se afronta el tema del mal en la película?

Podría argumentarse: como existe el mal, y como Dios es omnipotente, no puedo aceptar a Dios porque, ¿cómo es capaz de permitirlo? Es un modo de razonar pobre, endeble, pero se usa. Es como atribuirle a Dios las propiedades de un relojero del siglo XVIII, quejarse de la calidad de los relojes que saca. Un sinsentido. En la película se muestra que, en un momento en que Josemaría parece perder la fe, en que Dios parece callar en medio del odio, conoce a una chica en la clínica del doctor Suils. Ella le dice: “Dios no te habla, ¿verdad?”. Le duele, porque es la verdad. “Dios es un monstruo” dice la chica. Terrible declaración, si no fuese tan chocante. Porque acto seguido, explica: “Si Él lo es todo… ¿quién soy yo para decir si es un monstruo?”. Así como los científicos afirman que preguntarse por lo que ocurrió antes de existir el tiempo es una pregunta científicamente irrelevante porque no existe respuesta, criticar a Dios porque existe el mal es no enterarse de nada de lo importante. El mal es una fuerza que logra algo. La cuestión, entonces, será qué es lo que consigue. Ella le dice: “Yo lucho contra Dios con amor”. Como la escena bíblica de Jacob luchando contra el ángel. Es teológicamente profundo. Es decir: No le culpo del mal, me hago responsable de cómo enfrentarme a los males que me encuentro en mi vida. Dios me ha enseñado –dice la chica– que tengo la fuerza en mi interior para enfrentarme a esto si quiero. Para mí eso es lo más profundo del cristianismo porque es enriquecedor. Creo que encaja con la idea de San Josemaría, de que cada uno tiene dentro de sí el potencial de ser santo: no hay nadie que no pueda serlo.

En cierto modo, san Josemaría, que usaba mucho de metáforas, ve a esa mujer (Alina) como representación de la Virgen. Porque, si nos ponemos al pie de la Cruz, es muy interesante que nos fijemos no sólo en lo obvio, en el Crucificado, sino en la Madre, preguntarnos qué siente, intentar empatizar con sus sentimientos, con su Hijo, al que ha criado, al que ama, clavado en una cruz ante Ella. ¿Qué pensamientos podría tener? Esa es la idea del luchar “contra” Dios con amor. Ese mensaje de amor habla de la dignidad intelectual del cristianismo, que nos da la libertad para elegir.

Supongo que esta idea se une a la de perdón, tan presente en la película.

Uno de los preceptos –con el cual estoy absolutamente de acuerdo– del cristianismo resulta ser que la libre voluntad es característica del ser humano. Cuando pensaba en la película me preguntaba a cuántos conocía yo capaces de realizar actos santos. Y se me ocurrió que esa idea —decir que todos pueden hacer actos santos— es como un caramelo que se reparte a la gente para que se quede contenta. Pero lo cierto es que, mientras estaba reescribiendo una escena, apareció en la CNN una entrevista a una mujer ruandesa. Estaba sentada en torno a una mesa, tomando el té, con la entrevistadora en medio, que la presenta como una mujer que, en la contienda entre los hutus y los tutsis, habían asesinado a sus cinco hijos. Al otro lado de la mesa, un hombre, tal vez el esposo, el hermano. Pero la entrevistadora desvela que es el hombre que había matado a los cinco hijos. Un hombre a quien ella ha perdonado y que viene todos los viernes a tomar el té a su casa. La educada entrevistadora de la CNN le dice a la ruandesa que no entiende cómo puede perdonarle. Y contesta: “Mis hijos han muerto y tengo que pensar más allá de ellos. No perdonar a este hombre sería volver a vivir su muerte, porque perpetuaría aquél crimen”. Explica: “El crimen cometido es de una barbarie insoportable, pero no es inhumano, ya que lo hizo un humano que ahora siente una pena tremenda. Es una pena que debo aceptar”. Viendo esto, yo pensaba: esta mujer tan extraordinaria… es una mujer sencilla, una campesina, que entiende dónde está la verdad.

Dos días después, también en la CNN, sale un palestino, cuyos hijos habían muerto “accidentalmente” durante un ataque israelí, y que ahora inauguraba una fundación para promover el entendimiento entre árabes e israelíes. Le preguntan por qué colabora y responde: “Precisamente porque mis hijos están muertos. Ya no tengo ninguna responsabilidad hacia ellos, sino hacia los que viven. Quiero asegurarme de que esto no vuelva a ocurrir. Quiero predicar con el amor y no con el odio”. Dos imágenes de dos personas normales y corrientes que actúan como santos. Es maravilloso.

La reconciliación en España

Ha abordado la guerra civil española. ¿Cómo ve el tema de la reconciliación en España?

Como amigo y admirador de España me parece una cuestión de enorme importancia para este país. Me pregunto cómo no ha surgido aún un Nelson Mandela que pueda decir: ¿No sería hora de liberarse de la ideología? No se trata de negar que haya existido una guerra civil, o el dolor, sino de ver el pasado como una experiencia humana, y dejar de lado los ecos de los años treinta que aún reverberan. Alguien que diga a los españo les: Hemos entrado en un nuevo siglo y seguimos etiquetando igual, que si uno es anticlerical, que si es antiizquierda… ¿No ha llegado el momento en que los españoles digan: compartimos la misma historia, los mismos dolores…? Tiene que haber ya savia nueva para decir que mi oponente es, antes que nada, un ser humano que merece todo el respeto.

Esa era la pregunta que rondaba mi cabeza. De algún modo queda representada en la película, donde he buscado crear algo muy real, pero sin dedos acusatorios que señalen a nadie. Es representar el bien y el mal que ambos bandos tuvieron.

Dragones personales

Todos tenemos dragones. ¿Cuáles eran los de San Josemaría?

Tenía dos o tres: podía ser colérico; y luego, sus dudas. Debió luchar mucho contra ambos. También hay otro, la burocracia de la Iglesia, de la que le podría hablar él mejor que yo. Y si a eso añadimos el enorme dragón de lo que estaba ocurriendo en la historia de España...

Vd. se califica de agnóstico. ¿Cree que necesitamos la religión?

Esa cuestión me la planteó un joven. Me dijo que no necesitamos códigos éticos. Le pregunté: ¿Sabes qué fin tiene el sacrificio? Pues imagínate que te enamoras de una chica y le entregas tu corazón. Y de pronto un día, de buenas a primeras, te dice: “Oye, te quiero dejar algo muy claro. Yo nunca sacrificaría nada por ti, el sacrificio no va conmigo”. Entrarías en duda. Dudarías realmente si te quería. Sin sacrificio no hay amor.

Ni defensa ni ataque Su película, ¿es una defensa del Opus Dei?

Desde el principio decidí que la finalidad de la película no iba a ser la defensa del Opus Dei. Eso sería algo pueril, incluso innecesario. Explorar el pensamiento de un hombre canonizado que se expresa a través de la fundación de esta institución llamada Opus Dei, eso sí era ya una historia digna de ser contada. Pero, ¿qué interés podría tener la defensa del Opus Dei?

¿Y ha cambiado su visión del Opus Dei después de la película?

Descubrí sinceramente que en el Opus Dei, por lo que he visto, no existe algo generalizado que se pueda llamar el “pensamiento Opus”. No tiene una idea sobre la política, una forma de pensar respecto al arte, a la industria, a la literatura… Veo el Opus Dei como un grupo de personas que se unen para desarrollar una espiritualidad, para ayudarse mutuamente en ese camino para ser santos; no un grupo político o de poder. No se reúnen para hacer dinero, o para hacer que la Iglesia haga una cosa u otra. Todos tienen su propia conciencia y su propia voluntad y se forman sus propias opiniones. Con una gama tan completa de personas la tendencia general puede ser quizá más conservadora, o no. No sé. Lo que sí es cierto es que toda la gama de opiniones está representada: los he conocido de bastante de izquierdas, y de derechas. Y por ser miembros del Opus Dei están obligados a llevarse bien. El peligro está en que la gente interprete que las acciones de uno o varios miembros representan el pensamiento general. Es justo lo contrario de lo que quería Josemaría: eso, decía, sería aniquilar y anular la libertad de elegir de cada uno.

Entonces, ¿le ha echado por tierra algún mito?

El Opus Dei para mí ha quedado mucho más claro. Un actor de los que entrevisté para un papel me comentó: “Roland, no sabes lo poderoso que es el Opus, de qué modo controlan la Iglesia”. —¿Y cómo lo logran?, le pregunté. ¿No son dos mil millones los católicos, y noventa mil los miembros del Opus Dei? —Están en el centro del poder, me contestó. —Ya. ¿Cuántos cardenales deberían tener para controlar el Vaticano, tres cuartas partes? —La mitad, me dijo. —Pues, si no me equivoco, hay un cardenal (en aquellos momentos), pon otro que simpatice o tal vez tres. ¿Y obispos? ¿La mitad también? ¿Y cuántos eran? Seis o siete. “Me haces sentirme ridículo”, me dijo el actor. Son cosas que no habría pensado de no haber hecho la pelicula. De todos modos, advierto que tampoco es que tengan ninguna importancia en ella. Ahí lo que importa es la redención y el perdón.

Paternidad

¿Qué importancia da a la paternidad? Los diferentes aspectos de la figura del padre están muy bien reflejados en la película, por el personaje de San Josemaría, sus padres, Manolo Torres y Roberto.

Creo que si hablamos de amor, es muy importante rodear a los niños de un amor que les enfrente a la realidad de la vida, que no se eche atrás en el momento de afrontar la muerte, que no intente falsear su vida de forma que no detecten los peligros… Convertir todo en un pastel es peligroso. Los padres de San Josemaría le ayudaron a enfrentarse a los azotes de la muerte y del sufrimiento con amor; no le riñeron cuando se enfadó por la muerte de su hermana, le dieron su cariño. A Manolo en cambio no le ofrecieron eso, y ni siquiera le ofrecen pistas sobre cómo enfrentarse a las dificultades que encontrará en la vida. Te guste o no, buena parte de la vida es dolorosa, por lo que si sólo enseñamos a nuestros hijos a evitar el sufrimiento, ¿no les estamos debilitando como personas? ¿No les estamos enseñando a evitar la vida? Si les enseñamos a enfrentarse al sufrimiento, a saber con qué armas han de hacerse fuertes, eso les ayudará a atravesar el túnel. El amor es la respuesta.

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Cuando un productor ofreció a Joffé la posibilidad de dirigir una biografía sobre San Josemaría, su reacción fue: “No, gracias”. Estaba redactando la carta de respuesta, cuando cayó en su mano un DVD, parte del material que le había entregado. Decidió echarle un vistazo y vio uno de los encuentros públicos de San Josemaría con grupos de gente. Una chica le decía que quería convertirse al Cristianismo pero que disgustaría a sus padres, judíos. Narra Joffé: “Josemaría la dice: ‘Hija mía, querer a tus padres es algo muy, muy querido por Dios. Él no te pide que les hagas infelices. No les hagas sentirse mal’. Vi ese momento y pensé: ‘Qué momento tan inesperado y maravilloso, particularmente de una organización que todo el mundo piensa que habría dicho lo contrario’”. Se puso a escribir una escena donde Josemaría se encuentra con un moribundo que le dice que es judío. Mientras escribía, pensaba: “Me encantaría ver esto en una película. Pero nunca lo veré si no soy yo quien la hace”. Así que en lugar de la primera carta, redactó otra diciendo que estaba interesado en el proyecto, a condición de tener completa libertad creativa. Cuando se adentró en la vida de San Josemaría y leyó los comienzos del Opus Dei en la época de la Guerra Civil, tiró todo lo que había escrito y reelaboró el guión, no tanto como un biopic –una biografía- sino como un drama épico en el que Josemaría es uno de los personajes principales. La financiación del proyecto fue otro desafío. A través de un amigo, conoció a Ignacio Gómez-Sancha, miembro del Opus Dei y gran admirador de sus películas, y con cierta experiencia financiera: entre otras cosas, había sido vicepresidente de la Bolsa de Madrid y había participado en la salida a Bolsa de numerosas empresas. Comprendió que Joffé era el hombre ideal para la película. Agnóstico, casado tres veces y socialista en su juventud, parecía poco probable que le acusasen de sectario a la hora de elaborar una película sobre un santo de la Iglesia católica. La odisea de Gómez-Sancha –y su socio Ignacio Núñez– por conseguir el dinero para la película, en medio de la crisis, merecería otra película aparte.