Sobre la beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa en España
Remedios Falaguera
Esta mañana, ojeando las noticias y los artículos de opinión sobre la beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa en España celebrada en Roma el domingo 28 de octubre, me he encontrado sin darme cuenta tarareando aquella canción de Ketama: “No estamos lokos, que sabemos lo que queremos….”
Algunos no entienden que la Iglesia proponga, sin resultar ofensivo, a estos sacerdotes y religiosos como modelo heroico que ofrece su vida hasta el martirio, por “creer en Cristo, anunciar el Evangelio y llevar al pueblo por el camino de la salvación”, perdonando a sus verdugos atiborrados de violencia, odio y resentimiento. Es más, dudan de que la fecha elegida para ello sea pura coincidencia con la aprobación de la grotesca Ley de la Memoria Histórica. De tal manera que todos aquellos que creen que Dios es un ser lejano, inaccesible, anticuado; que la Iglesia es autoritaria y dominadora de las reglas morales de sus “adeptos”; que los líderes religiosos polemizan y jalean a sus feligreses contra las políticas educativas, sanitarias y culturales “progresistas”, … llegan a confundir el ideal religioso con el político.
Pero no se dan cuenta que los cristianos somos seres extraños, como decía un amigo mío hace tan solo unos días. “El cristiano, me decía, siente un amor supremo por alguien a quien no ha visto nunca; habla todos los días, con toda familiaridad, con un ser a quien no puede ver; espera ir al cielo gracias a la virtud de otro; se vacía a sí mismo para poder llenarse; baja si quiere subir, cae para así levantarse; es más fuerte cuando más débil es; es más rico cuanto más pobre; muere para vivir; renuncia para tener; se desprende para guardar; ve lo invisible; oye lo inaudible; y conoce lo incognoscible. Así es la vida de un cristiano”. Y, pensándolo bien, tiene más razón que un santo.
“La sangre de los mártires es siempre semilla de nuevos cristianos” decía Tertuliano al recordar las persecuciones de los primeros cristianos. Y, hoy, como hicieron nuestros predecesores, ejemplo sincero de coherencia de vida para creyentes y no creyentes, los que defendemos nuestras normas morales y nuestra fe ante las más burdas censuras y vejaciones de las que somos objeto, agradecemos a la Iglesia que nos presente ejemplos de personas que, con su entrega y servicio, han llenado este mundo de justicia y amor. La Justicia y el Amor de Dios, claro.