La eficacia de los sacramentos
Fernando Arévalo
Todos los días hemos de hacer frente a deberes, obligaciones, obstáculos, dificultades, que la vida nos va presentando en distintos terrenos y ámbitos: los estudios, la familia, los amigos y las relaciones sociales, las exigencias de la vida cristiana, la consecución de objetivos personales que nos vamos planteando, etc.
Percibimos que, con frecuencia, nos faltan las fuerzas para vencer o salir bien parados en esas batallas diarias, como consecuencia de la debilidad de nuestra condición. El esfuerzo personal, nuestra lucha, es imprescindible para conseguir la victoria; pero necesitamos contar, además, con la ayuda de Dios, que El nos presta, ordinariamente, por medio de lo que llamamos la Gracia de Dios.
Prescindiendo de otras consideraciones más teológicas y profundas, podemos decir que la Gracia es la ayuda, el auxilio, el don que Dios nos concede, de modo gratuito, para alimentar nuestra vida cristiana, para parecernos más a su Hijo Jesucristo, para vivir como hijos de Dios, para vencer en la lucha por hacernos mejores y más capaces de obrar de acuerdo con los ideales de nuestro espíritu. Es, en definitiva, la vida de Dios en nosotros. Esa vida de Dios se despliega mediante la acción del Espíritu Santo, y a ese efecto de la acción de Dios se le llama gracia.
Los sacramentos son los medios ordinarios establecidos por Dios para concedernos su Gracia y poder alimentar nuestra vida cristiana, de modo que sin la Gracia es imposible vivir como cristianos. De poco bastaría empeñarnos con todas nuestras fuerzas, querer vivir bien la vocación cristiana pero no acudir a las fuentes de la Gracia, a los medios que Jesucristo ha dejado a los hombres para que puedan unirse a El.
Con estas letras se pretende recordar brevemente, de modo sintético, cuáles son los efectos de dos sacramentos, la Confesión y la Eucaristía, que son los que un cristiano puede recibir habitualmente.
Presentamos aquí textos del Catecismo de la Iglesia Católica (=CEC) que resumen lo que queremos decir, con algunos comentarios explicativos, que puedan servir como ideas estimulantes, que muevan a aprovechar y a recibir con más frecuencia estos sacramentos.
¿Cuáles son los efectos de la Confesión?
CEC, n. 1496:
“Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son:
· la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;
· la reconciliación con la Iglesia;
· la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales;
· la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado;
· la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
· el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.”
En otras palabras, cuando nos confesamos el sacerdote perdona, en nombre de Dios, los pecados mortales que hemos cometido (reconciliación con Dios y recuperación de la gracia). Por eso, conviene confesarse cuanto antes si hemos cometido algún pecado mortal, para recuperar la vida de la gracia (ese trato íntimo con Dios que proporciona la presencia del Espíritu Santo en nuestras almas).
La confesión puede servir para pedir perdón a Dios de todos nuestros pecados y faltas, no sólo de los pecados graves. Si no tenemos pecados mortales, también es conveniente confesarse con frecuencia (cada semana, cada quince días, por ejemplo) de los pecados veniales y de todo lo que es falta de generosidad para con Dios. El nos da la gracia para vencer en nuestra lucha en aquellos puntos sobre los que nos confesamos (pecados veniales, faltas, imperfecciones, defectos, etc.).
Acudir con frecuencia a la confesión nos ayudará, por tanto, a mantenernos cerca de Dios, a vencer en nuestras batallas cotidianas (contra la pereza, contra la sensualidad…), a estudiar más, a cumplir nuestras obligaciones, etc. Además conseguiremos que nuestra vida espiritual, que tanto ayuda a tirar para arriba en otros puntos, se sostenga y vaya creciendo.
¿Cuáles son los efectos de la Comunión?
CEC, n. 1416:
“La sagrada comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo”.
CEC, n. 1417:
“La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la Sagrada comunión cada vez que participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año”.
En la Sagrada Comunión recibimos el Cuerpo de Cristo, el Autor de la Gracia. El mismo Dios se nos da como alimento. Por eso, es muy conveniente comulgar en la Misa (siempre y cuando se esté en gracia de Dios. Con conciencia de pecado mortal es necesario acudir antes a la confesión sacramental). Si caemos en la cuenta de lo que es la Eucaristía pondremos todos los medios para asistir a Misa y procuraremos comulgar con frecuencia. Cada vez que recibimos al Señor en la Sagrada Comunión obtenemos muchos beneficios que no tendríamos en caso de no comulgar:
· la comunión nos perdona los pecados veniales;
· nos fortalece para no caer en pecados mortales;
· nos ayuda a estar más unidos a Jesús.
Asistir a la Santa Misa y no comulgar, pudiendo hacerlo (porque estamos en gracia de Dios y con las disposiciones adecuadas: saber que recibimos a Dios y haber guardado el ayuno previsto) supone no valorar convenientemente la Eucaristía. Dios se nos ofrece como alimento espiritual, para darnos fuerzas y nosotros nos quedamos indiferentes, no nos acercamos a recibir ese gran don. Es como si alguien nos ofreciera un gran regalo y nosotros no lo aceptáramos por comodidad, por no poner esfuerzo, etc.