La solución está en fortificar el cariño


José Luis Mota




En una de las comidas de la última Navidad, cuando estábamos hablando de temas de familia y matrimonio, nos contó uno de los presentes: «A mí el consejo que más me ha servido, me lo dio un amigo de mi padre en la boda, justo antes de entrar a la iglesia, se me acercó y casi al oído me dijo: “Nunca te acuestes sin haber hecho antes las paces con tu mujer”. Le he hecho caso; y me ha ido muy bien.» Se lo conté a otro marido joven, al que sabía que le iba a servir el dicho; ya que, en ocasiones anteriores, me había hablado de algunas discusiones subidas de tono que tenía con su mujer, los dos con un temperamento fuerte. Él añadió sonriendo: “Yo le doy un beso; aunque refunfuñe y rezongue”.

Mucha gente se pregunta el porqué muchos matrimonios jóvenes se rompen a los pocos años, y –a veces- a las pocas semanas o meses. Las causas son variadas: cuando se casaron eran unos inmaduros, creían que la vida era “color de rosa” y no sabían que iban a tener penas y dificultades, que tendrían que soportar o sobrellevar juntos. Otros, por culpa de la prolongación de los estudios y el deseo de tener los dos un trabajo seguro y una vivienda propia, se casaron demasiado mayores -llenos de manías y caprichos egoístas- y no son capaces de conectar sus vidas. A esto se añade la facilidad que da la ley del divorcio para romper el matrimonio por cualquier menudencia, o por el tonto empeño de uno de los dos, que no quiere aceptar o sobrellevar una contrariedad, pensando que la ruptura es la única forma de resolver ese problema.

Además de esas posibles razones para la falta de estabilidad matrimonial, hay que añadir un peligro, quizá el mayor: que se haya enfriado el enamoramiento propio del noviazgo o se haya perdido el amor inicial de la primera época del matrimonio. La solución, en cualquier caso, está en fortificar el cariño: “hay que aprovechar el entusiasmo y la disposición de buscar el bien del otro y la felicidad de la pareja en la época anterior y posterior al mismo acto del matrimonio, para fortalecer ese amor que ya existe. Para ello es necesario que los dos sepan que el amor, en muchas ocasiones, exige sacrificio, lo que se hace con agrado, porque uno se olvida de sí mismo y lo que se quiere es la felicidad del otro. Así se entiende el dicho: “la felicidad no está en una vida cómoda, sino en un corazón enamorado”. Todo lo anterior, pensado en la cabeza, tiene también que salir del corazón, y debe, por tanto, ir acompañado de manifestaciones sensibles de afecto, de palabras cariñosas, de agradecimiento por lo que se recibe; de muestras prácticas de que se escucha y se tiene en consideración al otro: es decir, que se le respeta y se le aprecia… si no el amor se va empobreciendo y puede terminar marchitándose.