¡Qué poco queda para vuestro gran día!
Remedios Falaguera
Querida amiga:
¡Qué poco queda para vuestro gran día! Organizar una boda es una locura, lo sé, pero no te pongas nerviosa. Todo va a salir bien. Cuando te des cuenta estarás caminando por el pasillo de la Iglesia del brazo de tu padre, con tu sonrisa radiante y picarona, hacia tu morenazo que espera a los pies del altar.
No obstante, tu lo sabes muy bien, lo importante no son las invitaciones, ni el vestido, ni mucho menos, el menú. No sois unos actores en cualquier representación teatral. Lo verdaderamente importante es que tú y ese morenazo os vais a entregar el uno al otro por entero; no sólo lo que habéis sido hasta este momento, sino todo lo que vais a ser juntos a partir de ahora.
A pesar de que algunos entenderán vuestro compromiso como una limitación, el solo hecho de miraros a los ojos y deciros “quiero quererte, exclusivamente a ti, hasta el fin de nuestros días”, no es una ilusión, sino una elección verdadera. Pues más allá de que te guste su cuerpo o te sientas bien con él, lo más importante es que “tu otro yo” es un ser humano, en igualdad de naturaleza y dignidad pero diferente ; no antagónico, sino complementario: Y eso es lo que le hace verdaderamente valioso.
De hecho, a pesar de saberme “políticamente incorrecta” debo confesarte que no reconocer que el hombre y la mujer somos iguales en dignidad y derechos, pero con naturalezas diferentes, que les hace no a uno mejor que a otro, sino complementarios, es un analfabetismo.
Desde el momento de nuestra concepción tenemos una identidad: somos mujeres y hombres únicos e irrepetibles, diferentes pero iguales. De ahí que seamos al mismo tiempo psicológicamente incompletos y necesitados de ser complementados. Por ello, la mujer necesita de la masculinidad del hombre y el hombre la femineidad de la mujer.
Sin pretender planearlo como una carencia o una limitación sino como algo enriquecedor, esta aportación de lo que a cada uno le falta, y tiene para dar, se llama complementariedad.
Darnos cuenta de esta igualdad, de esta diferencia, y de la necesidad de complementariedad, nos ayuda a encontrar el sentido de la comunicación y la entrega al otro como seres complementarios, formados por cuerpo y espíritu, que han sido creados para la búsqueda y el disfrute de la felicidad. Pero ser feliz no consiste en tener –poco o mucho- sino en saber tener y apreciar aquello que tenemos como un tesoro al servicio de los que nos rodean. Consiste en dedicar tiempo y esfuerzo a lo que tiene un significado especial en tu vida, a aquello o aquellos que has escogido como imprescindibles en tu camino,…en fin, la felicidad es tantas cosas y tan pequeñas que se requiere un poco de ejercicio interior para descubrirlas. Como muy bien decía Pascal “La felicidad es un artículo maravilloso: cuanto más se da, más le queda a uno”. Descubrir que el quid para ser feliz está en la felicidad de los demás, en el compromiso, con nosotros mismos y con los hombres que esperan y necesitan de nosotros para construir esa parcela de felicidad que les corresponde y que no podemos ni debemos negarles.
Porque hablar del hecho antropológico fundamental de la trascendencia del ser humano es remitir nuestro amor hacia algo o hacia alguien que no somos nosotros mismos. Y en este compromiso de darnos por completo al “otro yo”, de olvidarnos de nosotros mismos para querer “sacar de ti tu mejor tú. Ese que no te viste y que yo veo” como decía el gran poeta Pedro Salinas, de servir al bien del otro; en todo eso consiste la felicidad del ser humano, que comienza por conocerlo y aceptarlo, sin querer modificarlo a nuestro parecer
Y para ser feliz, no solo debe poner en juego todas nuestras potencias: la potencia sensible, propia del cuerpo que siente placer corporal con aquello que desea (satisfacción sexual), y la potencia espiritual, que mueve la voluntad a querer aquello en donde encuentra la plenitud de su ser (la capacidad de amar el bien del otro); sino que debe encontrar respuesta a una de las grandes cuestiones de su vida como es la sexualidad, y su impronta en la capacidad de amar, de ser feliz.
Cuando una y otra se encuentran y se convierten en una entrega mutua y total se alcanza el tesoro más preciado que el hombre puede poseer, el núcleo más íntimo de la persona: la felicidad. "Creo que también se puede decir que en la medida en que la persona pueda alcanzar los niveles superiores del amor, el placer aumenta. Quien ama experimenta un placer tres veces mayor ya que tiene el de la atracción sexual, el placer del encanto del enamoramiento y el placer de la felicidad del amor", como dice el profesor Carlos Eduardo Beltramo
Una de las primeras trampas con las que se encuentra nuestra juventud es confundir la pasión con el amor. Es decir, creer que amamos cuando sólo deseamos. Sobre esta confusión se apoyan todos los mensajes con los que mayores y pequeños somos bombardeados a través de los medios de comunicación que difuminan los límites a la orden de una relatividad contraproducente en el camino del crecimiento personal.
Por eso, cuando prima el simple placer físico, ese placer tiende a convertirse en algo momentáneo y fugitivo, que deja un poso de insatisfacción. Porque la satisfacción sexual es en realidad sólo una parte, y quizá la más pequeña, de la alegría de la entrega sexual en cuerpo y alma propia de la entrega total entre dos personas.
“El amor verdadero empieza cuando no se espera nada a cambio”, escribió Antoine De Saint Exupery en El Principito. Mucho hay que conocerse y conocer al otro para que la madurez nos permita despegarnos del egocentrismo y la autosatisfacción a la que tendemos y a la que la sociedad nos empuja. Y eso se bien que lo estáis trabajando día a día, minuto a minuto. Por ello, estoy segura que con vuestro matrimonio va a ser un éxito y vuestro caminar juntos va a ser un ejemplo luminoso, eterno y divino para todos nosotros. Enhorabuena de todo corazón.
Nos vemos pronto.