La idea de egoísmo de una madre trabajadora


Artículo publicado el 10-02-2009,
por Lucy Kellaway, en expansion.com .



Durante el primer año de enseñanza secundaria de mi hijo, me invitaron a la ceremonia anual de entrega de premios. No era algo muy divertido, ya que implicaba 90 minutos de aplausos indiscriminados y sin interrupción para los hijos de otros.

En el transcurso de la ceremonia, me di cuenta de que la mayoría de los premios académicos los ganaban niños chinos e indios con cuidados trajes y a los que sus orgullosos padres grababan con videocámaras. Hubo unos cuantos chicos judíos que también consiguieron algún trofeo, pero el contingente de raza blanca no obtuvo gran cosa, aparte de un puñado de premios de arte. Estos adolescentes deambularon por el escenario con sus chaquetas desgastadas y su largo cabello agitándose mientras que sus cultos padres aplaudían con complacencia.

Semanas después, me invitaron a un acto más exclusivo en el mismo centro. Sólo se podía asistir mediante invitación y estaba destinado a padres cuyos hijos hacían sus deberes en el autobús o que generalmente eran insoportables.

Maldiciendo el tener que abandonar mi trabajo temprano, aparecí por la escuela para descubrir que todas las madres se parecían a mí. Casi todas eran profesionales de clase media y raza blanca con esa apariencia atormentada que aparece cuando te has visto obligada a salir antes del trabajo para recibir una bronca a consecuencia de tu hijo.

Lo que descubrí esa tarde (además del hecho de que my hijo necesitase esforzarse mucho más) fue que, en esta selecta escuela del centro de Londres, los acomodados hijos blancos de dos padres trabajadores se están convirtiendo en la nueva clase marginada. En ese momento, esta realidad no me molestó demasiado. Los chicos asiáticos se merecían mejores resultados que mis hijos porque se esfuerzan más. Es una realidad cultural, decidí sin darle importancia. Sus padres les obligan a esforzarse más de lo que yo lo hago con mi hijo. Y si, como resultado, los chicos como el mío no consiguen premios y en ocasiones se les riñe por vagos, en realidad no importa ya que, al menos, parecen totalmente felices.

Esta idea, que me había consolado estos dos últimos años, se fue al traste la semana pasada. El lunes The Children’s Society publicó un informe basado en entrevistas a 35.000 ciudadanos británicos que concluía que los niños como el mío podrían no ser tan felices como deberían.

El principal riesgo para los niños británicos, decía, era que sus padres estuvieran demasiado ocupados buscando su propio éxito. La cultura de la realización personal en los adultos estaba haciendo que los niños fueran mucho menos felices que una o dos generaciones atrás.

El informe provocó un gran revuelo en los medios de comunicación británicos la semana pasada. Los conservadores estuvieron de acuerdo, mientras que los liberales lo atacaron. Pese a que la conclusión me gusta tan poco como a ellos, no puedo descartarla de forma tan conveniente. Por lo general, intento ignorar aquello que condena a las mujeres trabajadoras, pero esta vez había una palabra en el informe que se me quedó grabada en la memoria: egoísta.

Por extraño que parezca, nunca se me había ocurrido pensar que trabajar fuese algo egoísta. Pero entonces pienso en esas mujeres con sari grabando a sus galardonados hijos. Sus ambiciones no son para ellas, sino para sus hijos (es posible que esa presión genere sus propios problemas, pero ésa es otra cuestión). Las madres que aquella noche asistieron a la reunión, en cambio, aparecieron en la escuela con su propio trabajo y problemas ocupando su mente, de forma que el bajo rendimiento de sus hijos no era más que otro tedio con el que tenían que lidiar.

No pienso dejar de trabajar y empezar a cocinar tartas, pero este informe ha cambiado ligeramente mi forma de pensar y es posible que modifique mi forma de actuar. Voy a dejar de retocar alegremente esta columna. Voy a hacer algo más difícil y menos gratificante: buscar a mi hijo e intentar engatusarle, obligarle o sobornarle para que aprenda el pasado de los verbos avoir y être.