Los primeros cristianos tienen hoy una extraordinaria vigencia
Enviado por Sergio Clavero
www.primeroscristianos.com.
Una entrevista al Prof. Pedro Rodríguez
Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
- Hablar de los primeros cristianos en pleno siglo XXI parece, a primera vista, propio de una mentalidad anclada en el pasado. ¿Hasta qué punto es correcto este planteamiento?
No lo es de ninguna manera. Los primeros cristianos tienen una extraordinaria vigencia cultural, sobre todo a la hora de comprender el mundo en el que vivimos y la interacción entre cristianismo y mundo contemporáneo.
La cultura europea está configurada históricamente desde el cristianismo, y por tanto a partir del esfuerzo de los primeros cristianos: ellos son las “raíces cristianas” de Europa, a las que se refirió Juan Pablo II en su famoso discurso de Santiago de Compostela y que ahora están en el centro del debate cultural europeo. Es importante resaltar este hecho, pues el cristianismo se extendió a todo el mundo precisamente desde Europa. Sin embargo, desde la Ilustración, y especialmente a lo largo del siglo XX, se ha dado un proceso de descalificación y negación de esas raíces. Cada vez es mayor el acoso cultural y mediático, la marginación efectiva que sufre el Cristianismo en Europa. En este sentido, la manera coherente en que los cristianos queremos vivir nuestra fe se puede calificar de arriesgada, y de ahí precisamente nace la enorme actualidad de los primeros cristianos, que vivieron una situación socio-cultural parecida y asumieron con toda naturalidad sus riesgos.
- Pero nuestras opiniones se “respetan” socialmente, no somos arrojados a los leones…
Cierto, es otra forma de acoso, estamos en otra época. Pero esa diferencia fundamenta la semejanza: ellos estaban rodeados, de manera agobiante, por el paganismo clásico: la floreciente cultura helénico-romana, basada en el culto a divinidades completamente extrañas al mundo judeo-cristiano, y sobre todo en el culto al Emperador. Ellos tuvieron que afrontar el paganismo, pero nosotros tenemos que afrontar el neo-paganismo: es cierto que se ven iglesias, catedrales, etc. (testimonios en piedra de esas raíces cristianas de las que hablábamos antes), pero lo que dominante en el mundo actual europeo, lo casi agobiante en los "media", es lo que llamo neo-paganismo: un conjunto de "opciones" y "ofertas" de signo materialista (o "espiritualista"), que son las nuevas "divinidades" postmodernas. En este contexto, el cristiano -y la comunidad cristiana-, si son coherentes, "se la juegan", como los primeros cristianos. Pero sólo si son coherentes, pueden ganara la batalla, también como los primeros cristianos.
- ¿Cuál es entonces la misión de un cristiano en el mundo de hoy?
El Santo Padre Benedicto XVI en realidad no habla de otra cosa: de una manera o de otra, todo converge ahí: en encíclicas, discursos, catequesis, etc. Hay que leer muy bien su Magisterio. Según la gran Tradición de la fe, el punto de partida para responder a la pregunta es éste: que la historia y su desarrollo son, si es lícito hablar así, la estrategia de Dios para ofrecer a la humanidad la salvación que Cristo nos ha conseguido con su Vida, Muerte y Resurrección. Pero, ¡atención!, Cristo no es una figura del pasado, es Él el que lleva adelante, ¡hoy!, esa misión. Esta convicción es absolutamente fundamental, porque nuestro papel -el de la Iglesia y el de cada cristiano- es "colaborar" con el Señor, que es el que hace; seguirle, que Él va delante; en definitiva, vivir el tercer misterio luminoso del Rosario: es decir, hacer eco al anuncio del Reino de Dios que hizo y hace Jesús y explicarle a la gente -familiares y amigos- que el Reino es Él -Jesús-, que Él es el Reino que viene a cada uno de nosotros. Por eso nuestra forma, la forma histórica de anunciar el Reino, es testificar con la propia vida que Cristo vive y hablar a la gente de la felicidad y la alegría que el Reino ha metido y mete en mi vida y cómo puede cambiar y transformar también las de ellos. Por eso hemos de amar a nuestro mundo -los hombres y las mujeres de nuestro mundo- tal como es, porque en él Cristo sigue actuando y cuenta con nosotros para "cambiarlo", como hicieron los primeros cristianos.
En la sociedad europea de hace décadas eran más evidentes las raíces cristianas, la gente tenía formas y categorías de pensamiento cristianas: conocía los mandamientos, lo bueno y lo malo, y los problemas y las dificultades para ser cristiano venían de otra parte. Hoy en día esto no se da: una gran cantidad de bautizados no ha recibido apenas formación o ha sido anulada por ese constante mensaje que transmiten la televisión, el cine, etc. Ahora la gente tiende a no pensar y a funcionar según "apetencias" y según el modelo (dictado) de la mayoría. Forma parte de la misión mostrar en el diálogo cómo la recepción de ese modo de vida la han hecho muchas veces sin fundamento (sin pensamiento), que no lo han elegido en sentido propio, que se les ha impuesto desde fuera en conexión con "apetencias". En este sentido es interesante promover grupos de diálogo y debate para abordar todas estas cuestiones, sembrar el mundo de pequeñas minorías que, como los primeros cristianos, tengan convicciones y actúen conforme a ellas. En contra de lo que muchos piensan, un hombre o una mujer "normal" no es el que actúa según la mayoría estadística, sino el que actúa conforme a unas convicciones personales pensadas desde la verdad.
- ¿Puede decirse entonces que, después de tantos siglos, la Iglesia sigue predicando “al Dios Desconocido”?
Sin ninguna duda. Hay gente que nunca ha tenido la Biblia en sus manos y que no sabe nada de las cosas de Dios. Por eso lo mejor no es plantear a los demás teorías abstractas sobre el Cristianismo, sino hablar como los primeros cristianos, es decir, hablar de manera directa y narrativa de Jesucristo, decir sus palabras, contar lo que hizo y dijo. Por eso tiene que ser frecuente al conversar giros como éste: “el Señor decía en una ocasión…”. Hay que explicar el Cristianismo desde la boca del Señor. Jesús interesa siempre y la gente presta atención cuando se habla de Jesús, de su vida, que es lo que impresiona. Debemos poner en boca del Señor todo lo que podamos, pues nuestro gran aliado es la verdad que hay en sus palabras, y es Él quien la proclama. Más: Él es la Verdad. Cuando explicamos la verdad, el que escucha tiene algo dentro que le dice que ha de estar con la verdad. Lo importante es lo interior, lo exterior viene luego. Insisto: actuar como los primeros cristianos implica hablar de Jesucristo con toda naturalidad, decir lo que Él decía, tener fácilmente en la boca las palabras del Evangelio. Él es lo más importante en nuestra vida, y es quien ha configurado el mundo en que vivimos: es imposible entender el mundo cultural de hoy sin Jesucristo. Por ello hay que dar testimonio de Él en la vida corriente, en el trabajo. Ya os dais cuenta de que esto es posible por la Eucaristía, en la que Cristo vivo viene a nosotros y toma posesión de nosotros. La Eucaristía es la que hace posible que el cristiano, como decía san Josemaría Escrivá sea otro Cristo”, “Cristo que pasa”.
Esto me trae a la memoria aquel célebre testimonio de un mártir de los primeros siglos, al que el juez ofrecía la libertad si prometía no asistir a la “reunión de los cristiuanos” (la celebración de la Eucaristía). El cristiano no aceptó la oferta. “Sino dominico non possumus”, dijo al juez: los cristianos no podemos vivir “sin el domingo”, sin la Eucaristía dominical. Fue ejecutado. Pero nos dejó grabada para siempre cuál es la actitud cristiana ante la Misa del domingo: no vamos, ante todo, porque sea “un precepto”, sinio porque no podemos vivir (cristianamente) sin el Cuerpo y la Sangre del Señor.
- ¿Pero cómo se puede hablar de la verdad en un contexto tan relativista como el que existe en este momento?
El relativismo domina la cultura europea desde la Ilustración y se hace sumamente intenso a lo largo del siglo XX y en lo que llevamos del XXI. Este relativismo nos presenta como tres “mundos”: el científico-técnico, que da certezas operativas; el mundo de las ideas sobre Dios y el hombre, en el que cada uno piensa lo que quiere, postmodernismo a tope: “todo vale” (o “nada vale”), no existe la verdad; y el mundo de la religión, que hace referencia al mitos e imaginaciones en las distintas culturas. A pesar de todo, la realidad se impone y el hombre de carne y hueso tiene un problema vital y existencial que sale por todas partes aunque se trate de taparlo. La gente tiene preguntas sin resolver: qué es el hombre, cuál es el sentido de la vida, qué es la felicidad, dónde está, qué hay detrás de la muerte. Éstas son preguntas inextinguibles. Si muchos quieren taparlas, los cristianos hemos de empeñarnos en que emerjan, que estén presentes en el debate público y en las conversaciones privadas. Nosotros tenemos que hacer lo que hicieron los primeros cristianos: contar a la gente cómo todo se esclarece en el encuentro con Jesucristo. Él es la respuesta a esas preguntas.
Para llegar a esto muchas veces lo que hay que conseguir es que la gente analice sus propias posturas, se pregunte por el fundamento de sus decisiones y de sus actitudes. A esto yo le llamo “método socrático”, diálogo: primero escuchar, interesarse por lo que dicen los que rechazan a Cristo o a la Iglesia, preguntarles por el fundamento de su posición ante Dios y ante la vida -que muchas veces aparecerá muy débilmente fundamentada- y, a partir de ahí, provocar que ese amigo reflexione en serio a la luz de Jesucristo, del que le hablamos como clave de la vida humana. Pero es fundamental que el no creyente se sienta comprendido y entendido en su posiciones; sólo así la propuesta cristiana tiene carácter “dialógico”. Así planteó San Pablo su discurso en el Areópago: habló de Jesucristo a partir de las posiciones de los demás. Muchos consideran que esa predicación acabó con un fracaso, pero lo cierto es que varios hombres y mujeres “se adhirieron a él y creyeron”. Pero no olvidemos que sólo cuando alguien se siente entendido, surge el diálogo y se puede hablar de todo, por ejemplo del sentido del sacrificio, imprescindible para poder entender a Jesucristo y la vida cristiana. Esto es lo que hacían los primeros cristianos.