Una de las leyendas negras de la Iglesia
Mariano Martín Castagneto
Galileo Galilei fue un prestigioso matemático y filósofo nacido en Pisa, Italia, el 15 de febrero de 1564. A lo largo de mucho tiempo, se creyó que a Galileo lo había matado la Inquisición o que había sido condenado por hereje por sus tribunales, cosas que en realidad están muy lejos de ser verdad. Galileo trató de ser siempre un cristiano respetuoso y coherente con su fe, pero le tocó vivir en una época en la cual resultaba difícil aventurarse con nuevas propuestas científicas sin ser condenado o mandado a callar.
Galileo sostuvo a lo largo de toda su vida la llamada teoría copernicana o heliocéntrica, que decía que el sol era el centro del universo y la tierra el planeta que giraba a su alrededor. Pero, por los primeros años de 1600, filósofos, teólogos y estudiosos del tema se encargaron de señalar que la Biblia sostenía exactamente lo contrario: era la tierra el centro del universo (teoría geodésica) y el sol es el que giraba como una estrella más alrededor de nuestro planeta. A simple vista, parece tan solo una pequeña diferencia de criterios, pero en un clima sensibilizado por las herejías, en pleno auge de la Inquisición y en medio de la guerra de los Treinta Años, una encarnizada lucha entre católicos y protestantes, la cuestión era mucho más compleja que un simple enunciado de palabras.
Pero la teoría copernicana colocaba a la tierra como un planeta más entre otros, por lo tanto, aunque parezca mentira, resultaba difícil explicar si el alcance de la salvación de Jesucristo incluía a todos los demás planetas que aparecían novedosamente en el panorama científico. Según la Biblia y quienes la interpretaban, la tierra era la redimida y allí se acababa el asunto. Aceptar la existencia de más planetas o sistemas galácticos o lo que fuere además de la tierra, implicaba indirectamente admitir que Dios se había equivocado o no había incluido en sus planes de salvación a otros protagonistas del espacio. Esta era la principal confusión con Galileo, quien se defendió argumentando que la Biblia en realidad no pretendía darnos conocimientos de la ciencia sino que se acomodaba según lo que se decía en la época.
Galileo fue condenado por su teoría en dos ocasiones, en 1616 y 1633. Pero su doctrina nunca fue considerada herética, sino que en realidad la Iglesia dijo que la idea era falsa y se oponía a las Sagradas Escrituras, lo que para nada equivale a decir que era una herejía. Urbano VIII, admirador de Galileo y que era el Papa en los momentos de su proceso, jamás aparece mencionado en el texto que había elaborado la Inquisición para la sentencia, por lo que el documento no pudo ser considerado nunca como un acto de magisterio pontificio ni infalible ni definitivo. Galileo fue a prisión un tiempo pero luego se le conmutó la pena, pues era francamente estimado en muchos ambientes eclesiásticos y académicos de la época por su honradez y rectitud de intención. Murió sumamente enfermo y debilitado a los 78 años en su casa de Arcetri, en las afueras de Florencia, el 8 de enero de 1642.
La Iglesia reconoció, tiempo después, que había sido un error prohibir a Galileo defender su teoría. El escaso desarrollo de la ciencia en aquel entonces tomaba como desafiantes los postulados de Galilei, ya que el único conocimiento seguro y acertado era el basado en los escritos de la Biblia. Pero para evitar la confusión, la Iglesia se encargó también de aclarar que la Salvación de Nuestro Señor Jesucristo incluía a todo el universo, es decir, a lo de antes, lo de ahora y lo de después, independientemente de que el hombre conociera o no realidades que escapaban a sus conocimientos científicos. El Creador incluyó en su plan salvifico a todo el universo, aunque el hombre tal vez, por sus naturales limitaciones, nunca sea capaz de conocerlo en todo su esplendor.