Jesús, sí; Iglesia, no. Un slogan, un desamor


Buenas Ideas



El “para mí”

La expresión –el “para mí”- es de uso habitual en conversaciones sobre temas religiosos. Es el argumento de autoridad para dejar bien clara nuestra postura en determinadas cuestiones: “soy cristiano, pero no creo en la Iglesia”, “a la Iglesia le sobran dogmas”, “soy muy creyente, pero no practico”, etc., etc.

La fe, don y respuesta

La fe es un don de Dios, un regalo. Y también es una respuesta, la que da el hombre a Dios que se revela: es el obsequio a Dios de nuestro entendimiento y de nuestra voluntad libre. De este modo, el verdadero cristiano somete su modo de interpretar y hacer las cosas a la verdad suprema que es Jesucristo.

Completa e íntegra

Por eso, la fe requiere confesar de manera completa e íntegra el mensaje de Jesucristo. Aceptar una verdades y rechazar otras supone no atender al testimonio de Dios, sino atender a razones humanas de conveniencia. Y, por lo tanto, no se tiene fe, aunque nos parezca que sí: se confía en uno mismo más que en la palabra de Dios.

La tiranía del relativismo

El “para mí” son dos palabras que condicionan nuestra fe. Se trata de una fe ‘según nos parece’, es decir, es una fe condicional y eso es caer en la “tiranía del relativismo” (Benedicto XVI). La fe no se limita a tener buenos sentimientos o a practicar unas determinadas obras de caridad, según nuestro gusto. La respuesta de fe busca obediencia a todo lo revelado.

Un ejemplo: la Misa dominical

¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: ‘Tengo fe’, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarse? (Ver Santiago 2,14). Por ejemplo, faltar por negligencia a la Misa del domingo, constituye una ruptura de nuestra alianza con Jesucristo: manifiesta infidelidad a la alianza que Él selló con Su Sangre. El hecho de que una gran mayoría de cristianos hayan sido seducidos por el mundo y no sean fieles, no nos justifica.

Querían a un Jesús a su manera

El Evangelio de San Juan nos cuenta como muchos quisieron hacer a Jesús rey, pero al día siguiente, cuando Él les enseña que deben comer Su Cuerpo y beber Su Sangre, lo abandonan porque piensan que está loco (ver Juan 6). Es que lo querían a su manera.

Micrófono, altavoz y cable

Y si creo en Cristo, también creo en las palabras en las que pide a sus Apóstoles que continúen su misión y les da poder para ello. Subió al monte –nos dice el Evangelio- y llamó a los que quiso y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios (ver Marcos 3,13-16). ¿De qué sirve un micrófono sin altavoz y sin cable? Jesús no habló sólo para cuatro gatos, durante tres años, y en Galilea. Jesús trajo un mensaje universal de salvación para todos los hombres de todos los tiempos: Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará (...).

El “para mí” de San Pablo

San Pablo, sin embargo, es coherente con su fe cuando dice: “pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia” (ver Filipenses 1,21). No somete a Cristo a su gusto, sino que somete su vida a Cristo. Esta coherencia le lleva a dar su vida a Cristo sirviendo a la Iglesia.

Pablo sabía...

San Pablo sabía de los pecados de los miembros de la Iglesia. En sus cartas los confronta con frecuencia. Pero también sabía que en la Iglesia, fundada por Cristo, los hijos de Dios son perdonados en la confesión, son alimentados con el mismo Cristo en la Eucaristía, son instruidos en la Verdad y protegidos del maligno.

Hasta 54 veces

En las cartas de San Pablo el término ‘Iglesia’ aparece 54 veces (¡94 en todo el Nuevo Testamento!). Y constantemente manifiesta su adhesión, amor y cuidado por Ella, reconociéndola como Cuerpo de Cristo. Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (ver Colosenses 1,24).

La Iglesia es de Dios

San Pablo también había perseguido a la Iglesia, pero se arrepintió y reconoció que la Iglesia es de Dios: pues yo soy el último de los Apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios (ver 1 Corintios 15,9).

¿Dejó de existir?

¿Será entonces que la Iglesia verdadera ha dejado de existir? Imposible. Porque Jesús vino a salvar a los hombres de todas las generaciones, hasta el fin de los tiempos. Tenemos la promesa de Jesús: Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (ver Mateo 16,18).

Habrá escándalos

Jesús advirtió que habría escándalos en la Iglesia y fue muy severo al respecto: Dijo a sus discípulos: “Es imposible que no vengan escándalos; pero ¡ay de aquel por quien vienen!” (ver Lucas 17,1) ¿Por qué? ¿Acaso el rechazó a la Iglesia por esos motivos? Al contrario. Murió por ella. Jesús defiende a la Iglesia de los que la quieren manchar, porque en ella recibimos su Vida y Salvación. Es por eso que increpa a los que en ella escandalizan, porque hacen que muchos se alejen de ella y se pierdan.

Hay que renovar la Iglesia

Si dijéramos que Jesús quiere renovar a su Iglesia estaríamos de acuerdo. La Iglesia siempre necesita renovación. Pero no se renueva echándola por tierra y creando algo nuevo. Lo que Jesús hizo no puede cambiarse. En la Iglesia no se puede cambiar ni su doctrina ni su naturaleza, ya que son de Cristo. La verdadera renovación nos la propuso Juan Pablo II y, ahora Benedicto XVI, con una nueva Evangelización.

Los verdaderos renovadores

Somos los hombres los que necesitamos renovarnos en la Iglesia. Los santos son los verdaderos renovadores de la Iglesia, porque se nutren de ella y con gratitud le devuelven los frutos de la gracia. Ellos manifiestan el poder de Cristo operante en su Iglesia. Los santos no se acomodaron a los defectos de sus propios gobernantes, ni a las modas imperantes.

Anécdota contada por Juan Pablo I

El Papa Juan Pablo I contó en la audiencia del 13 de septiembre de 1978 esta anécdota: Un predicador inglés, Mac Nabb, hablando en Hyde Park, se había referido a la Iglesia. Al terminar, uno de los asistentes pidió la palabra y dijo: -"Bonito lo que ha dicho. Pero yo conozco algunos sacerdotes católicos que no han estado con los pobres y se han hecho ricos. Conozco maridos católicos que han traicionado a su mujer. No me gusta esta Iglesia formada por pecadores".

La respuesta del predicador

-Tiene algo de razón. Pero ¿puedo hacer una objeción? Si no me equivoco, lleva el cuello de la camisa muy sucio. -Sí, lo reconozco. -Pero ¿está sucio porque no ha empleado jabón o porque ha utilizado el jabón y no ha servido para nada. -No, no he usado el jabón. Juan Pablo I comentó: "Pues bien, la Iglesia católica tiene un jabón excelente: Evangelio, Sacramentos, oración. Evangelio leído y vivido, Sacramentos celebrados del modo debido y oración bien hecha, sería un jabón maravilloso capaz de hacernos santos a todos. No somos todos santos por no haber utilizado bastante jabón”.

Para que Cristo esté cerca

Por eso, a pesar de las fragilidades y miserias humanas que pertenecen a su fisonomía histórica, la Iglesia se manifiesta como una maravillosa creación del amor de Dios, hecha para que Cristo esté cerca de todos los hombres y mujeres que quieran de verdad encontrase con él, hasta el final de los tiempos (Benedicto XVI).

Amor y fidelidad

Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra (...). (Ver Efesios 5, 25-27). Si amamos a Cristo no podemos sino amar a la Iglesia y obedecerla en todo, ya que Él es su cabeza y nos habla a través de sus pastores (ver Lucas 10,16). Salirse de la Iglesia es tentador, es popular, es fácil de justificar, pero no es la voluntad de Cristo. Sin embargo, los que permanecen fieles reciben el poder para vencer en las pruebas y manifestar la gloria de Dios.