Cónclave 2005, nº 11
La olla express de Dios
Autor: Juan Antonio Ruiz
Fuente: Cónclave 2005
«Extra omnes!». Con estas dos claras palabras Mons. Piero Marini, el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, dio inicio al Cónclave. Las cámaras de televisión pudieron enfocar las dos puertas de la Capilla Sixtina mientras se cerraban lenta, pero firmemente. El Cónclave había iniciado.
Los comentarios que se sucedieron durante el angustioso día de espera fueron tan numerosos como inútiles. Miles de conjeturas, cavilaciones y un largo etcétera que llenaron páginas de periódicos y espacios televisivos. Pero lo que dentro de esas dos puertas selladas estaba realizándose no lo sabía nadie que no estuviese ahí dentro y Dios.
De hecho, puedo imaginarme a Dios riéndose un poco desde el cielo. Y se reiría con Juan Pablo II a su lado. «Los hombres nunca entienden…». Y mientras tanto ahí dentro el Espíritu Santo ya revoloteaba.
Por fin, tras cuatro escrutinios, la chimenea arrojó fuera lo que con tanta ansia esperábamos: Habemus Papam! La Plaza se llenó en menos de media hora y con ella la Via della Conciliazione. Miles de personas esperamos el momento en que el cardenal chileno Jorge Medina se asomara para dar el anuncio. Por fin… «Sí, mira, ahí está…».
El Cardenal apareció sereno, manteniendo en vilo al mundo entero con su parsimonia: «¡Dilo ya!» - le gritó uno a mi derecha. Por fin el purpurado chileno emitió el comunicado tal vez más importante de toda su vida: «Annuntio vobis gaudium magnum. Habemus papam!: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Josephum Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Ratzinger qui sibi nomen imposuit Benedictus».
¡¡¡Ratzinger!!! El Cardenal Prefecto para la doctrina de la Fe. El cardenal humilde, pero entusiasta. ¡¡Ratzin… perdón… BENEDICTO XVI!! Todos aplaudimos gozosos y alegres. Pero el Card. Medina ya se iba y otra vez nos mantuvimos ansiosos en la espera.
Por fin, salió una cruz y tras ella apareció sonriente nuestro querido Pedro. «¡¡Viva el Papa!!» – gritó mi vecino de la derecha. Más allá unos gritaron, alternando con aplausos: «¡Benedicto! ¡Benedicto!...» El Papa abrió los brazos para acogernos a todos en su corazón. Después pronunció unas palabras sencillas y certeras, y nos impartió su primera bendición.
¿Y Dios? ¡Dios seguiría riéndose, pero ahora de gozo! Y Juan Pablo II, a su lado, bendeciría a su sucesor, como el mismo Ratzinger había pedido en la homilía de funeral.
El Cónclave, esa gran olla express, había estado hirviendo sin saber nosotros lo que realmente pasaba dentro. Pero el chillido nos anunció que el contenido de esa olla estaba ya listo y acudimos gozosos a saborear el fruto: Dios nos regala un nuevo Papa. Y, como bien dijo el director del “L’Osservatore Romano”, «ya no estamos solos. Pedro está con nosotros». Y así, podemos reafirmar sin lugar a dudas, como el mismo director: «La navegación retoma la ruta; el camino retoma el ritmo del viandante. Gracias, Padre Santo, por haber dicho "sí". Un "sí" que también nosotros te decimos a ti. Sin reservas y con amor». ¡Bendito el fruto de la olla express de Dios! ¡Viva el Papa!
Un mensaje desde Roma
Autor: Gustavo Aguilera
Fuente: Cónclave 2005
Reproducimos un mensaje enviado a nuestra redacción desde la misma Ciudad Eterna.
Estoy llegando de San Pedro. ¡Qué hermoso ambiente! Pero sobre todo, ¡qué gran regalo de Dios este nuevo Papa!
Apenas supe que la fumata era blanca, mi corazón se puso a mil por hora. Tomé el paraguas y salí a toda velocidad.
Al final de las escaleras me topé con un amigo que me dijo: «Todavía no suenan las campanas». No importa.
Rumbo a San Pedro, escuchamos que el locutor de radio decía que estaban sonando ya las campanas. Teníamos nuevo Papa.
Nuestro chofer se merece un premio, porque condujo mejor y quizás más rápido que Schuhmacher. No sé cómo le hizo (les aseguro que no se subió a las banquetas), pero rebasamos muchos autos.
En la avenida Gregorio VII había decenas de monjas y seminaristas esperando el autobús público.
Al llegar a San Pedro, bajé del auto, crucé la calle que prácticamente estaba bloqueada al tránsito motorizado debido a la cantidad de personas que cruzábamos a trote. Había muchísimas personas llegando al mismo tiempo. Comenzamos a correr llenos de ilusión. Un autobús de chicos italianos abrió sus puertas como se abre la compuerta de una máquina de bolitas de caramelo, y vació a todos sus ocupantes a la calle.
Cuando digo que corríamos todos, debe entenderse así, tal cual. No un trote, como al inicio, sino como en la recta final de una carrera.
En la columnata, algunos reporteros filmaban nuestra alegre y apresurada llegada. La Plaza se llenaba a velocidades vertiginosas. Busqué un buen ángulo, donde pudiera tener a la vista una megapantalla y la logia central de la Basílica. Tuve que moverme hasta quedar detrás del obelisco. No podía quejarme.
Había muchos jóvenes. Ondeaban banderas de muchos países. Vi una de Escocia. Caían algunas gotas en mis lentes, pero no importaba. No me hubiera movido de allí aunque hubiera llovido cera hirviente. Al poco, sopló un viento y barrió las nubes, dejando un hueco azul sobre la Plaza.
A las siete y cuarenta y dos minutos salió el Cardenal Protodiácono, Medina Estévez. Al decir habemus Papam, los aplausos estremecieron la Plaza. En cuanto escuché Josephum, supe que había sido elegido nuestro querido Cardenal Ratzinger.
Apareció el Santo Padre. Sentí una gran paz, y me vino a la mente pensar que la Iglesia seguía fundada sobre roca. Ratzinger, firme como una roca. Además, nadie como él había conocido al Papa Juan Pablo II. Seguirá sus pasos, con su estilo propio.
Me conmovió su sencillez. Además, he tenido la oportunidad de verlo de cerca hace algunos años, y me llama la atención su verdadera humildad.
Pienso que el mundo conocerá el verdadero rostro de este gran hombre de Dios: su humildad, dulzura, sencillez, lo contrario de la imagen que le ha creado ciertos sectores inconformistas.
Varios grupos de la Plaza comenzaron a corear al nuevo Papa: «¡Benedicto, Benedicto!». Vi grupos de jóvenes (españoles y franceses) que, media hora después del evento, seguían gritando por las calles el nombre de Benedicto.
El hermano del Papa, también sacerdote, se desmayó al conocer la conocer la noticia, ¿qué no les habrá sucedido a sus detractores?
Goerg Ratzinger, el hermano del nuevo Papa, se desmayó hoy ante el televisor al conocer la noticia de que Joseph Ratzinger, aquel con quien había compartido tantos días y tantos momentos familiares, y con el que habla casi a diario desde Alemania, se había convertido en el Sumo Pontífice Benedicto XVI.
"Se desvaneció ante el televisor, sin decir una palabra", señaló Agnes Heindl, ama de llaves del prelado de 81 años, quien agregó que "nunca lo he visto así. Aún no cree la noticia".
Después de recibir su primera bendición, las bandas de la guardia suiza y de los carabinieri rindieron honores al nuevo Pontífice, tocando los himnos del Vaticano y de Italia.
La misa del inicio solemne del pontificado será el próximo domingo a las diez de la mañana. Primero Dios ahí estará este corresponsal (espero no tener que pegarme otra carrera de esas).
Estoy feliz. Dios nos ha dado un Papa grande en su sencillez. Los católicos tenemos la ventaja de saber que el Espíritu Santo es el guía de la Iglesia y que las puertas de infierno no la derrotarán, porque Cristo está con nosotros hasta la consumación del mundo.
¿Son todos los que están? – 2ª parte
El peligro de las divisiones en la Iglesia
Autor: P. Clemente González
Fuente: es.catholic.net
¿Cómo reconocer a quienes están en la Iglesia sin ser de la Iglesia? ¿Cuáles son las señales de su “mal espíritu”? Intentemos señalar algunos aspectos o pistas que nos pueden ayudar a identificarlos. Queda claro que siempre hemos de mantener el respeto a las personas. Quizá alguno actúa de buena fe, quizá otro vive en un error invencible. Pero no podemos dejar que destruyan la fe, la esperanza y la caridad que Cristo ha dejado en su Iglesia.
Una primera señal para descubrir el mal espíritu radica precisamente en actitudes de indiferencia, silencio culpable, oposición sincera y contestación sistemática al Magisterio, especialmente al que viene del Sucesor de Pedro, del Vicario de Cristo. Ante cartas encíclicas como la Veritatis splendor, la Evangelium vitae o la Ecclesia de Eucaristía, se toman actitudes de hostilidad, se ofrecen comentarios con críticas más o menos manifiestas, o se dejan a un lado como documentos “de los de Roma”.
Una segunda señal consiste en el recurso a doctrinas teológicas claramente contrarias a la fe, a la Tradición, a la Escritura. Se divulgan ideas de autores confusos, incluso de algunos cuya doctrina ha sido condenada explícitamente por el Magisterio. Se hacen opciones por ideas filosóficas incompatibles con la fe cristiana, como pueden ser el marxismo materialista, el subjetivismo individualístico o el hegelianismo. Se siguen interpretaciones exegéticas contrarias a la Tradición, muchas veces llenas de confusión y de errores más o menos graves, por no respetar el modo eclesial de acercarse al texto sagrado.
Una tercera señal consiste en la rebeldía disciplinar. Se crean grupos de presión para ir contra un obispo “no deseado”, porque no piensa como piensan ellos, o porque es “demasiado fiel” a Roma, o porque defiende, sin miedo, la doctrina católica en temas como el aborto o la anticoncepción. Es triste encontrar comunidades en las que algunos laicos y sacerdotes viven en esta actitud de rebeldía y contestación, como si la Iglesia fuese una sociedad humana en la que se actúa según la lógica de los grupos de presión y de mentiras que caracterizan algunas luchas políticas. Hay quienes incluso inventan calumnias o medias verdades contra quienes se mantienen fieles a la doctrina católica, y usan hábilmente medios de comunicación social para propagar sus mentiras y para confundir a los católicos de buena voluntad.
Una cuarta señal puede verse en el modo de celebrar los sacramentos. Es cierto que el Concilio Vaticano II ha dado pautas de actualización y renovación litúrgica. Pero eso no significa que cada uno pueda hacer lo que quiera sin depender del obispo y de la Santa Sede. Existen numerosas pistas y criterios que nos ayudan a vivir la unidad también en el modo de celebrar nuestra fe. Apartarse de estas normas, sobre todo en aspectos esenciales, o dejar de lado el culto eucarístico, bellamente defendido de nuevo en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, o confundir a los fieles acerca del modo de celebrar el sacramento de la confesión con absoluciones colectivas fuera de los casos previstos por el Derecho Canónico, son señales de que ha entrado el mal espíritu, de que alguien “está dentro” con el corazón fuera.
Una quinta señal es el recurso exagerado a técnicas de pseudomeditación o de autocontrol psicológico que no siempre armonizan de modo adecuado con la ascética y la mística cristiana. A veces se recurre a métodos orientales o a prácticas nacidas en los grupos del New Age sin ningún sentido crítico, como si todo fuese igual o como si uno pudiese hacer compatible la doctrina sobre la gracia y el pecado con algunos presupuestos filosóficos presentes, por ejemplo, en el enneagramma (cf. el siguiente estudio) una técnica que se difunde cada vez más entre algunas comunidades católicas, incluso entre religiosos. Sobre este punto, tenemos dos documentos interesantes que pueden ayudar a un correcto discernimiento: Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana (ver documento); y Jesucristo portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era” (ver documento).
Una sexta señal, que ya ha sido insinuada en los otros puntos, es la falta de caridad. Si una persona se autodeclara católica y defiende doctrinas que implican violencia, odio de clases, o, incluso, promueve abiertamente el desprecio hacia la mujer, el racismo, el aborto y la eutanasia, ¿puede ser considerado un católico de verdad? Otros grupos se dedican a la mentira sistemática, a la división entre comunidades, a la promoción del choque y del rencor entre los hermanos. ¿Cómo podemos decir que es verdadero católico quien inventa, manipula, calumnia a otros laicos, religiosos, sacerdotes u obispos porque piensan de modo distinto a su propia ideología, a su mentalidad muchas veces anticristiana, si no antihumana, como en grupos que se dicen católicos y defienden el “derecho” al aborto?
Hemos esbozado algunas señales que nos permiten identificar a quienes “están” sin “ser”. Hay, desde luego, otros aspectos, pero no podemos recogerlos todos. Lo importante es ver el grado de sintonía, de amor, de sencillez, de humildad, de abnegación, de obediencia sincera y cordial al Papa y a los Obispos. Donde falta esto, donde reinan ideas personales o de grupo por encima de la “regla de la fe”, donde se da más importancia a seguir a un autor o un método espiritual que a la enseñanza litúrgica y dogmática del Magisterio, podemos estar seguros de que existe el peligro de la división, de la herejía o del engaño propio de los falsos hermanos.
Cristo rezó, al final de su vida, para que todos seamos uno (cf. Jn 17,20-26). Unidad en la fe y el amor, unidad en la gracia y en los sacramentos, unidad en la disciplina y en la ayuda mutua. Esa es la verdadera Iglesia de Cristo, la que hace casi 2000 años nació de la Pascua y de Pentecostés. Esa es la Iglesia que nos invita a todos a mirar a Cristo salvador y llegar, a través de Él, y desde la unidad que nace del amor, al Padre en el Espíritu Santo.
Nos toca a cada uno defender el tesoro de esa unidad. Especialmente ante los ataques de los falsos hermanos. No nos corresponde juzgar el grado de culpabilidad de sus conductas. Hemos de respetarlos y pedir por ellos. Pero no podemos permitir que engañen o arranquen del amor de Cristo a otros bautizados, aunque se presenten como ángeles o como iluminados, porque sólo hay un evangelio que salva (cf. Gál 1,8), y porque todos hemos sido invitados a reencontrar la unidad del género humano cuando formemos un solo rebaño bajo un solo pastor (cf. Jn 10,16).
Totus tuus. Cada Papa tiene su propio lema
Autor: Luis Alfonso Orozco
Fuente: Cónclave 2005
Cada Papa, como también cada obispo, escoge un emblema -o escudo- y un lema en latín, que indican una fuerte motivación, o un alto ideal que inspira su vida. Por lo general, las imágenes del escudo hacen alusión directa al apellido del Papa y las palabras del lema se toman, aunque no exclusivamente, de la Sagrada Escritura.
Los escudos y títulos de los seis últimos Papas que han gobernado la Iglesia dan una idea de lo que fue su pontificado. Pío XI (1922 – 1939) usó el lema “Pax Christi in regno Christi” (La paz de Cristo en el Reino de Cristo), y en su escudo papal aparece un águila con las alas desplegadas. Su sucesor, Pío XII (1939 – 1958) escogió el lema “Opus justitiae pax” (La paz es obra de la justicia). Al Santo Padre le tocó vivir el periodo trágico de la segunda guerra mundial y durante su magisterio se distinguió por promover la paz y la reconciliación entre los pueblos. En su emblema una paloma blanca con una ramita de olivo está posada sobre tres montículos, simbolizando la esperanza que nunca falta al mundo.
El “Papa Bueno” Juan XXIII (1958 – 1963) escogió como lema “Obedientia et pax” (Obediencia y paz), pues el tema de la paz también fue muy querido de este Pontífice de gran corazón, que supo ganarse la simpatía del mundo por su bondad. Al centro de su escudo se ve una torre salda y firme, símbolo de la fortaleza de espíritu que se obtiene obedeciendo la ley santa de Dios. Pablo VI (1963 – 1978), Juan Bautista Montini, aludiendo a su apellido eligió para su escudo papal seis montículos estilizados y encima de ellos tres abejas, símbolo de la laboriosidad. El lema que escogió dice “In nomine Domini” (En el nombre del Señor), y realmente así vivió su misión de Vicario de Cristo, sufriendo y haciéndolo todo en el nombre del Señor. Este gran Pontífice condujo a su cumplimiento el concilio Vaticano II. La figura fugaz de Juan Pablo I (1978), quien apenas reinó un mes, está bien reseñada en su lema: “Humilitas” (Humildad), y el recuerdo de su sonrisa bondadosa se refleja en las tres estrellas que aparecen en su escudo, debajo del león veneciano y los montes, como un presente luminoso que brilla desde el cielo.
“Totus Tuus” (Todo tuyo). ¿Quién no conoce el lema de Juan Pablo II (1978 – 2005)? La historia de este lema célebre universalmente nació mientras el joven Karol era un obrero en su natal Polonia, durante la segunda guerra mundial. El lema está tomado de una fórmula de consagración a María, contenida en el Tratado sobre la perfecta devoción a la Santísima Virgen María de san Luis María Grignion de Montfort (1673 – 1716), de quien el joven Karol Wojtyla era devoto. Mientras trabajaba en la fábrica Solvay, en las cercanías de Cracovia, Karol leyó aquel libro y quedó favorablemente impresionado por la fórmula de consagración mariana que allí se propone. De un modo vivencial lo hizo propio y se consagró plenamente a María, al quedarse sin sus seres queridos. Su madre murió cuando él tenía nueve años, después falleció su hermano mayor Edmundo y por último murió su Padre, poco antes de su ingreso al seminario.
En su libro autobiográfico, Don y Misterio, publicado en 1996 el Papa habla de aquella lectura juvenil mariana y confirma que su lema “Totus Tuus" abrevia en una fórmula condensada la forma completa de consagración a la Madre de Dios que dice así: Totus tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor Tuum, Maria (“Soy todo tuyo y todas mis cosas te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu corazón, oh María”).
“Totus Tuus”. Esta fórmula no es solamente una frase piadosa, ni una simple expresión devota; significa mucho más. Ser “todo de María” equivale a querer ser también “Todo de Cristo”. En otras palabras, como la genuina tradición de la Iglesia lo ha constatado siempre: ¡a Jesús por María! Para llegar a Cristo lo más seguro es confiarse en las manos de la Santísima Virgen.
En el escudo papal de Juan Pablo II, al que todos estábamos ya acostumbrados, aparece una Cruz en campo azul marino y bajo uno de sus brazos la “M” de María. No hay otras figuras, como para resaltar la sencillez de la vida cristiana, donde Jesús ocupa el centro pero no puede faltar la presencia de María, su Madre. Así lo fue durante toda la vida de Juan Pablo II el Grande.
Ahora nos queda esperar cuál será el que Benedicto XVI elija como propio.