Todo vale
Juan Moya Corredor, Dr. en Medicina y Sacerdote
Revista Mundo Cristiano, febrero 2005
Se suele decir que Dios perdona siempre, los hombres algunas veces y la naturaleza nunca. Dios perdona siempre que los hombres reconozcamos el mal que hayamos hecho y pidamos perdón. A los hombres nos cuesta más perdonar: basta pensar, por ejemplo, en lo difícil -no imposible- que resulta hacerlo en casos de infidelidad, ruptura del vínculo matrimonial, malos tratos, violencia física o psíquica, injusticias, etc. Pero la naturaleza -y entiendo por naturaleza nuestro cuerpo, en su dimensión física y psíquica: madurez afectiva, capacidad de compromiso, esperanza ante el futuro, etc.- no "perdona", o le es muy difícil "perdonar", es decir le es muy difícil superar las consecuencias que lleva consigo el mal uso de nuestro cuerpo. Apliquemos esto al ámbito de la sexualidad.
Hoy, para mucha gente, es válido casi todo en el campo de la sexualidad, con tal de que las personas implicadas en esos actos estén libremente de acuerdo. Muchas personas no reconocen -o al menos no quieren planteárselo- que todo acto libre necesariamente tiene una dimensión moral buena o mala, lícita o ilícita, según el acto que se realiza, el fin que se busca y las circunstancias en que se desarrolla. No hay actos humanos -actos libres del hombre- indiferentes, y por tanto, tampoco los actos referentes a la sexualidad.
A esas personas, que tienen una visión tan "plana" de la moralidad -los que la niegan- o tan contraria al fin de la vida humana- y por tanto contraria al fin de la sexualidad misma, y del amor, y del matrimonio, y de la paternidad, y de la diferencia hombre-mujer, etc-, puede ayudarles, tal vez, reflexionar, al menos en algunas consecuencias. Nos limitaremos a comentar sólo algunas, sin entrar en la dimensión moral de ofensa a Dios, ofensa a sí mismo y a terceras personas, que, como decía, algunos parecen no entender y no admitir.
1. La falta de dominio de sí. Parece que una cualidad necesaria para la madurez humana es el control de sí mismo, de sentimientos, afectos, instintos, deseos, etc. De no ser así, seríamos incapaces de comportarnos con responsabilidad, con oportunidad en muchos casos, pues nuestra voluntad no sería capaz de gobernar racionalmente ese conjunto de fuerzas que actúan en nosotros. Si en la sexualidad "vale todo", no hay dominio posible de la voluntad, y por tanto muchas veces haremos incluso aquello que admitimos que no se debería hacer. Pero además esa falta de domino en el ámbito de la sexualidad, por la unidad de la persona humana frecuentemente afectará al campo del trabajo, de las responsabilidades sociales, del carácter
2. La dificultad para distinguir "deseo" y "amor". Cuando el deseo, la atracción, no se pone al servicio del verdadero amor, el deseo prevalece sobre el amor y puede llegar un momento en que se confunde: una persona cree que ama a otra, y en realidad simplemente la desea. ¿En qué se diferencian?: en que el amor supone respeto a la otra persona, pensar en ella antes que en uno mismo, deseo de hacerla feliz toda la vida (no un rato), fidelidad para siempre, también cuando la atracción física (el deseo) sea menor por el paso de los años. ¿Por qué muchos matrimonios se rompen?; porque más que amor, había deseo y no se cultivó, día a día, el verdadero amor.
3. Dificultad para asumir compromisos para toda la vida. Cuando se hace de la relación sexual un pasatiempo, algo divertido sin mayor compromiso, es inevitable que esas personas se vean con incapacidad para decir que sí a otra para toda la vida, en el matrimonio. Y si se dice que sí -en parte por inconsciencia, sin estar bien preparado para asumir la responsabilidad que lleva consigo el matrimonio-, es muy probable que ese matrimonio se rompa al cabo de no mucho tiempo. Entre otras cosas, porque llegan al matrimonio -incluso aunque se casen en la Iglesia- con mentalidad divorcista: estaremos juntos mientras nos vaya bien. Se admite el divorcio como solución. Pero el divorcio es siempre un fracaso del matrimonio, nunca es solución.
4. Poca predisposición a tener hijos. La sexualidad permisiva fomenta la búsqueda del propio placer, sin compromisos. Y tener hijos es un compromiso, y grande. Ambas cosas son bastante incompatibles. Se puede desear, no obstante, tener algún hijo, pero ¿hasta qué punto será realmente fruto del amor y no "algo que deseo tener"?. En todo caso, será los hijos que "yo quiera tener", no los que "deba tener", categoría moral difícilmente asumible por esas personas.
5. De la sexualidad "sin riesgos" a la consideración de la persona como "objeto sexual". Una sexualidad vivida así, no respetará ordinariamente el desarrollo normal del acto conyugal, según la finalidad propia de ese acto, que de suyo está orientado hacia la procreación, sino que se altera o modifica con alguna de las muchas maneras existentes de evitar voluntariamente la procreación; podríamos decir que se manipula el acto conyugal (tanto en casados, como más aún en parejas no casadas). Pero ¿cómo evitar que un acto vivido muchas veces así no lleve a ver a la otra persona como un "objeto sexual"? ¿cómo evitar que ese acto, alterado en su fin, más que la expresión de un verdadero amor sea principalmente la búsqueda de un placer?. El placer ha sido previsto por Dios como parte del acto conyugal, para facilitarlo, y es por tanto bueno cuando se en un acto vivido rectamente, pero si se busca sólo el placer, ¿cómo pode decir que es un acto de amor, si se ha "mutilado" voluntariamente ese acto de dimensiones esenciales del amor?. No puede ser un acto verdadero aquel que evita las consecuencias de éste.
6. Insatisfacción sexual, embarazos no deseados y abortos. Si se trivializa la sexualidad, se puede caer en frustración sexual, en insatisfacción por saturación, incluso en una neurosis más o menos obsesiva (curiosamente Freud al revés). Y por supuesto, se da lugar a los embarazos no deseados, que no disminuyen, como puede comprobarse, por mucho que se difundan los anticonceptivos, preservativos, etc., pues todos estos "medios" contribuyen a una mayor permisividad sexual y por tanto al crecimiento de lo que se pretende evitar -es algo así como tratar de apagar un fuego echando más leña-. Y lamentablemente, algunas de las personas llegan hasta el aborto cuando han fallado los diversos medios anticonceptivos puestos, pues no valoran ni respetan la vida humana, o se autoengañan (o las engañan otros) diciendo que "eso" no es una persona (lo que desde luego no es, es un vegetal, ni un tumor, ni un mono: lo que nunca ha sido persona no puede llegar a serlo; y toda persona ha comenzado siendo un cigoto, es decir un óvulo femenino fecundado por un espermatozoide. Y si no es persona, ¿por qué algunos recurren a la unión artificial de dos células sexuales humanas, masculina y femenina, en la Fecundación in vitro, para tener un hijo?
7. Malos tratos. Aunque las causas de malos tratos a mujeres son diversas -alcoholismo, droga, prostitución, etc.- entre ellas ocupa un lugar importante el hábito de una sexualidad irresponsable que busca sobre todo el placer. Basta ver, para comprobarlo, que la mayoría de estos casos lamentables se dan en parejas poco estables.
8. Enfermedades de transmisión sexual. Hoy la más grave sigue siendo el SIDA, que ha causado ya millones de muertos. Pero han proliferado otras que habían desaparecido décadas anteriores: la clamidia (que causa esterilidad); la gonorrea; la sífilis Las enfermedades contraídas por una sexualidad irresponsable llenas de pacientes las clínicas urológicas y ginecológicas de no pocos países.
9. Abusos sexuales, violaciones. Una persona que procura vivir responsablemente la sexualidad (no hablamos del reprimido), es poco probable que incurra en estos casos lamentables. Por el contrario, el que comete estos atropellos, suele ser una persona habituada a dejarse llevar de las apetencias de su deseo sexual. Es necesario ir a la raíz si se quiere evitar estos sucesos.
10. Pérdida del sentido del género sexual. A la homosexualidad admitida y exigida como una opción "normal", no se llega sino a través de una sexualidad vivida como promiscuidad, como simple búsqueda de placer (distinto de la vivida como una drama de falta de identidad sexual). Una actitud, positivamente querida, tan contraria a la inclinación natural de la persona, necesariamente hace mella en toda la estructura psicológica y afectiva del hombre (o de la mujer), causando alteraciones profundas en su personalidad. De la homosexualidad se puede salir, no sin ayuda, pero hay que estar dispuesto a ello; lo saben los médicos y psicólogos.
A la vista de estas consecuencias, ¿cómo no reflexionar seriamente en el erróneo sentido de la sexualidad que las ocasiona? La revolución sexual de los años 60 ha conseguido "liberar" la sexualidad de las normas morales. ¿No habrá que liberarla ahora de todo lo que la embrutece y la pervierte? Pero eso supone volver a aceptar la trascendencia moral de la sexualidad.
Afortunadamente los males enumerados no son una epidemia que afecte sin querer. Puede evitarse, si se ponen los medios. Está en juego la felicidad de muchas personas y de muchas familias, y de la sociedad en su conjunto. Tampoco se debe olvidar el juicio de Dios. Los medios son, entre otros, la virtud gozosa de la castidad, que evita la esclavitud de la sensualidad y el egoísmo, y facilita el amor verdadero, ése que en el fondo todos deseamos, el que dura toda la vida, el que nos hace mejores y nos acerca a Dios.